Es el dedismo enarbolamiento que hacen los líderes políticos de su dedo índice para premiar o condenar a su antojo.
No confundir dedismo con deísmo, la doctrina que reconoce un dios como autor de la naturaleza; tampoco cambiar dedismo por vedismo, la religión más antigua de los indios conservada en los Vedas; ni busquéis el término dedismo en el diccionario, aunque sea voz antigua del pueblo, referida al enarbolamiento que hacen los líderes políticos de su dedo índice para premiar o condenar a su antojo.
La astrología hace corresponder el dedo índice con Júpiter, dios mitológico que derrocó a Saturno, su padre, para hacerse soberano, algo difícil en el cesarismo político actual donde los intrigantes y discrepantes son decapitados por el "dedo napoleónico" del jefe, como expresión de autoritarismo.
Si el apéndice se levanta frente a la cara del adversario es para amenazarle, amonestarle o mandarle algo desde el pedestal. Sus principales cualidades son la autoridad y la ambición. Tentáculo que se utiliza para señalar al exterior, como hace la estatua de Colón en su peana, es decir, para indicar lo que está fuera del patrón, por eso los políticos dirigen el índice al exterior para evitar la autocrítica.
Cuando el jefe encara su dedo a la frente del inferior no es para decirle amablemente que su cara le suena, sino para advertirle que no olvidará su cara. El vaivén horizontal del dedo advierte que la cosa va mal, y las frontales idas y venidas previene de los castigos que esperan al subordinado.
Si el padrone político apunta directamente el dedo al pecho del adversario, conviene al receptor esconderse para evitar que la bala disparada cause algún daño colateral imprevisto. Porque el dedo del jefe no señala, apunta. No aconseja un camino, ordena seguirlo. No representa el número uno, sino un disparo al aire. No señala al cielo, avisa de los excrementos que pueden caerle encima del subordinado. No es batuta musical, sino vara de mimbre.
El índice político no señala renglones a los iletrados, sino incluye en el Índice inquisitorial a los intelectuales discrepantes. No señala las estrellas, anuncia tempestades. No dice "mi caaaasa", sino "mi vooooto". El líder emplea su dedo en la acupuntura política para trepanar los cerebros y dejar bien lavadas las mentes discrepantes.
Si los políticos aportan el índice, los angelicales financieros ofrecen el pulgar, para hacer entre los dos una pinza de imborrable recuerdo en los castigos infantiles, porque la simbiosis de ambos dedos permitía a los sayones tirar de las orejas, elevar de las patillas y dar pellizcos a la inocencia.
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