Cómo se te ocurre marcharte sin decir ni pío, como un canario. Y yo que te esperé bajo el reloj tres días y medio, con sus tres noches y media, y tú lejos de mí, con tu lunar en el escote y tus ojos sin rímel.
Y luego de un tiempo me escribes para decirme que me echas de menos y todas esas cosas de ti y de mí y del mundo. Ahora tengo aún más adición a tus palabras, aún te quiero un poco más, aquí, kra, en la víscera roja.
Eres el caos de los transeúntes, con tu vestido blanco, con tu vestido negro, con tus pañuelos tristes, con tu emoción de fuego. Menos mal que antes de irme escuché tu mensaje en el móvil y comprobé que intentaste localizarme. Lástima que no lo escuchara a tiempo, para haber quedado contigo y haberte deseado un feliz eclipse de sol y un feliz mar.
¿Qué tal tus olas?, ¿y tus acantilados?, ¿y tus sueños?, ¿repletos de causas y azares?
Yo esta primavera te he sentido muy cerca. Todos los martes y jueves de mayo he entrado en tu portal y tu perfume aún andaba por allí, y tu recuerdo, y tu sonrisa.
Allí estabas, en medio de mis sueños, con tu lunar y todo. Con la saliva llena de peces de colores y la voz dulce como de regaliz rojo y tus pestañas tiritando de frío y emoción y tus labios marítimos y tus mejillas de algodón de feria y tus ojos de saldo.
Hoy te escribo para llevarte al baile, para sentarme en tu mirada y calcular tus palmos de cintura y mirarte borracho con el músculo atado a la nostalgia.
Así es como discurren mis latidos, duros como las piedras de la plaza, tristes como una carta sin tus labios, puntuales.
Sabes que no te olvido, que no hay en tu postal ninguna letra que no hayas macerado con tu amor, que me hice una ensalada con tus besos, que trato de oler el mar en tus esdrújulas, que te quiero con las cuatro vocales y que me hace muy feliz saber que estás ahí y aquí, con un pedazo de tus sueños en mi almohada.
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