Pero también / la vida nos sujeta porque precisamente / no es como la esperábamos.
Noches del mes de junio, Jaime Gil de Biedma
Cuentan que un grupo de jóvenes estudiantes se reunían por las tabernas de la Salamanca de los cincuenta del siglo pasado, o por las más capitalinas tascas del centro de Madrid y de los alrededores del café Gijón.
Siguen contando que de vez en cuando, como quien coge la badila y escarba el brasero, alguno de ellos decía la frase, y entonces el fuego de la charla, la risa y la ilusión común, volvía a prender entre ellos.
En este grupo de muchachos lustrosos e ilustrados, se encontraba Mayra, Ignacio, Josefina, Rafael, Agustín, Alfonso, Carmen? entre otros. Si cada uno de estos nombres quedara así, compuesto, pero sin el timbre de algo más, la cosa quedaría con sordina. Así que para empezar a escuchar la música de esta historia, hay que orquestar los apellidos: O´Wisedo, Aldecoa, Rodríguez y después Aldecoa, Sánchez Ferlosio, García Calvo, Sastre...y Martín; nuestra, y de todos, Martín Gaite.
Y es la propia Carmen Martín Gaite la que nos dice que no sabían de dónde había llegado la frase, pero que se divertían mucho cuando algunos de ellos la sacaba a cuento: "Aquí, ya ves, esperando el porvenir".
A cada uno de ellos les llegó el suyo; el porvenir que en sus horas de camaradería convocaban. Y no sólo eso, sino que como cada cual cumplió su vocación, más que su misión, también les ha llegado la posteridad, esa que algunos de ellos no se cansan de sujetar, pétreos o broncíneos, por plazas de España.
Hay veces en que parece que la crónica sale al encuentro de uno por las calles. El pasado lunes me enteré de que el café "La Rayuela" de nuestra ciudad, cerraba sus puertas después de décadas. Nada tiene de extraordinario en estos tiempos de clausura generalizada, así que con estos cohetes, poca feria se arma. Pero me afectó, pues creo que este local fue de mis primeros andenes de espera de porvenires.
Eran las medianías de los años ochenta, y allí nos reuníamos los amigos para tomar cafés muy diluidos entre palabras con eco altivo,flirteos encubiertos y cigarrillos. Las tardes no traían presura, y en mi caso, como en el de tantos, los bolsillos las perras necesarias para tomar los atajos de las prisas. Y precisamente ayer me encontré por la ciudad con tres de los de aquel grupo. ¿Quién nos había convocado a semejante sincronicidad? De María hacía años que no sabía nada, al igual que de Carlos, y con Lucas he hablado por teléfono no hace mucho, pero nada fiaba nuestro encuentro.
Celebré estos asaltos que a veces da la casualidad, y me volqué en ellos. Quisimos ponernos al día a la carrera, con atropellos de datos,y después del "Bien, bien, todo bien?", hubo tiempo para levantar la alfombra de la realidad, ver algunos barridos de los días, y del tiempo que pasa y termina por dejarnos a todos el ánimo borroso como las caras de arenisca que muestran los santos en los pórticos.
Con Lucas volví a tomar café. Mientras nos servían, comentamos de los trasiegos carcelarios que se trae la política, de la sinrazón de la violencia en el fútbol, y de las otras cosas que estos días van en la riada matutina de los periódicos. Luego me contó de su vida blanquinegra, y su voz me llegaba cansada y descreída; esa, la del profesor, la que en otro tiempo era la más entusiasta y la del líder natural de nuestro grupo. Llegó un momento en que enmudecimos, y nos quedamos en el velador de mármol del glamuroso café con la misma pesadez que el sentado de bronce de la mesa contigua.
Mirábamos al exterior, a la plaza grande, pero nada veíamos de su trajín centrípeto, pues andábamos por un espacio ciego, preguntándonos cuánto teníamos de aquello imaginado, pretendido, compartido por los cafés estudiantiles en noches de junio, mayo o principios de diciembre.
Nada veíamos,no, pues teníamos la vista perdida en nuestro porvenido.
Nos despedíamos ya en la puerta entre las pavesas del encuentro, cuando vimos que un bullicioso grupo de jóvenes ocupaban con su algarabía la mesa que ocupáramos.Y nos miramos, y sonreímos como si atizaran las brasas de nuestros adentros, acaso porque vimos entre ellos al porvenir haciendo dedo como un autostopista que requiriera el vehículo de sus pechos.
E hicimos planes para renuir al grupo alguna tarde de estas, porque el porvenir es algo que nunca debes dejar de conjurar, pues en cuanto lo haces,lo pierdes.
Posdata: cojo ahora de mi biblioteca el tomo número 100 de la Colección Austral. Se trata de un fatigado ejemplar amarillo de "Cien años de Soledad" que comprara un 4 de mayo de 1985 en la Feria del Libro en esa misma plaza. En unas de sus primeras hojas leo: En "La Rayuela" , con Javi, Mayte, Eloy, Tote, Fernando, Lucas... Nombres sin apellidos, pero que señorean en mi recuerdo muchas plazas.
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