Lame la tarde el sueño de la piedra
y apresa a las cigüeñas que ahora vuelan en silencio
en torno a las cometas y los pararrayos
y sueñan con funambulistas cojos,
y con manzanas maduras
y Dédalo cayendo al mar de la memoria.
Tiende a secar la luna sobre las antenas
su luz domesticada
y aún suena en la raíz de los cimientos
el nombre de Lisboa,
la herida sigilosa del cincel
que esculpe y que desnuda
el frío de la piedra.
Y se oye, entre el desorden de los pájaros,
la rutina del hombre enamorado
adormecido en la palabra noche,
y el amor que
alimenta a los filólogos
que estudian la gramática del sol.
Tal vez un día el cielo de las grúas y veletas
sea la envidia de los árboles
y el nicho de los hombres.
Y el mar, el infinito mar,
que es monosílabo y profundo,
sea, por fin, el techo de los sueños,
de los pájaros muertos,
de las brujas que matan a los gatos
para hacer una flauta con sus huesos,
del astronauta adúltero,
de las ballenas.
Lame la tarde el sueño de la piedra
mientras los pájaros,
los pájaros
fornican en la catedral.
Fotografía: Alex López
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