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Francisco en África: Una Iglesia de Mangas Remangadas
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Francisco en África: Una Iglesia de Mangas Remangadas

Actualizado 27/11/2015
Xabier Picaza

[Img #488701]

africacruz.jpgEl Papa Francisco está en África para mostrar su solidaridad con la Iglesia de ese gran continente, y para impulsar una experiencia de fe y de compromiso (eclesial y social) al servicio de la dignidad de todos y de la solidaridad de los diversos grupos sociales y religiosos en línea de justicia (es decir, de transformación social), convivencia y paz.

No ha ido como representantes de los intereses de un tipo de capitalismo dominante, ni para apoyar a un tipo de líderes nativos poco transparentes, ni para ratificar una Iglesia del poder, con obispos y clero educado al estilo colonial de Europa.

Ha ido en nombre del evangelio de Jesús, y sus discursos y manifestaciones están empezando a impactar no sólo a la iglesia y sociedad de África, sino al conjunto de la opinión mundial, porque África no es sólo creación de los africanos, sino que, siendo un lugar de inmensa humanidad y riqueza espiritual y social, corre el riesgo de convertirse en un patio trasero en el que desembocan y se agravan las contradicciones de otras partes del mundo, no sólo de Occidentes, sino también de China y, en especial, de un tipo sangriento de intolerancia de algunos grupos musulmanes.

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La mejor aportación que puedo ofrecer en mi blog sobre el contexto de ese viaje de Francisco y sobre la Iglesia de África, una de las más clarividentes que pueden darse hoy, desde su interior, es la Mary Noelle Ethel Ezeh, misionera de Nigeria, a la que habíamos peldido una colaboración para el libro del Pacto de las Catacumbas, recién editado, que los lectores de este blog conocen ya.

Su trabajo ocupa las págs. 355-378 del libro, de las que he querido recoger las últimas (368-378), pues Ethel Ezeh expone en ellas, con amor y fuerte crítica, algunos de los rasgos más salientes de la iglesia en África, situando ante ella los retos más significativos del Evangelio, en la línea del Pacto de las Catacumbas.

Ese Pacto ha sido especialmente importante en América Latina (donde se ha seguido externamente más) y en África, donde empieza a ser ahora muy significativo. Así lo ha puesto de relieve Ethel Ezeh. Yo sólo puedo añadir que Francisco se encuentra ahora en África como testigo y portador de ese Pacto, como podrá ver quien siga leyendo (y como verá mucho mejor quien lea el trabajo entero publicado en el libro). Fíjese el lector en el inmenso respeto de Ethel Ezeh hacia su Iglesia, pero viendo al mismo tiempo la gran ironía (y la pena) con la que critica algunas de sus instituciones clericales masculina. Con ella os dejo. Gracias Ethel Ezeh por tu colaboración

Ethel Ezeh, Mary-Noelle. Religiosa de las Hermanas del Inmaculado Corazón de María Madre de Cristo (de Nigeria). Ha estudiado en la Universidad Católica de París y en la Sorbonne (Paris IV). Enseña en el Department of Religion and Society in Anambra State University, Nigeria.

El Pacto de las Catacumbas y la Iglesia en África (Mary Noelle Ethel Ezeh)

1. Introducción

El Pacto de las catacumbas de Domitila es uno de los

primeros frutos significativos del dinamismo y el sugerente

impacto del Concilio Vaticano II. Es un documento firma-

do por cuarenta obispos conciliares como una expresión

de su compromiso personal con los ideales del Concilio. El

mensaje medular de tal compromiso se centra en el autén-

tico testimonio cristiano de la pobreza evangélica dentro

de la sociedad moderna. Es un mensaje que mantiene su

importancia y capacidad de reto en todos los tiempos y ge-

neraciones. En África, incluso con la independencia políti-

ca de muchas naciones de este continente, la gente ha se-

guido experimentando condiciones políticas y económicas

muy ásperas, difíciles y turbulentas.

La pobreza aumentaen muchas regiones y lleva muchas personas jóvenes y lle-

nas de energía a emigrar en busca de un futuro mejor. En

la Iglesia, el liderazgo ha pasado de estar formado mayori-

tariamente por misioneros occidentales a tener una com-

posición esencialmente africana indígena. ¿Qué mensaje

de esperanza cristiana puede ofrecer la Iglesia en África a

sus gentes sometidas a las duras realidades de la injusticia

social y económica?

Esta es la perspectiva desde la que el presente ensayo

examina el reto que el Pacto de las Catacumbas repre-

senta para la Iglesia en África. Este estudio ha adoptado

un enfoque analítico crítico para la investigación. En la

primera fase analiza y sitúa el contenido del documento

dentro de los principios básicos del Concilio Vaticano II

sobre cuestiones económicas y relaciones sociales. Segui-

damente, el estudio presenta y explica ese contenido co-

mo la primera respuesta episcopal al llamamiento del

Vaticano a volver a los valores evangélicos de Jesús en

cuestiones socioeconómicas. Por último, pone de relieve

algunos desafíos que el Pacto plantea a la Iglesia en Áfri-

ca, particular mente con respecto a la actitud frente a la

riqueza y estilo de vida de su jerarquía y clero, así como

su postura en lo tocante a autoridad y poder.

En conclusión, el Pacto llama a la Iglesia en África a hacer que su denuncia

verbal y escrita de la pobreza esté en consonancia con un

estilo de vida que rechace la codicia y desarrolle una acti-

tud y práctica que vea la autoridad como servicio en imi-

tación de Jesús, quien no vino a ser servido, sino a servir

y a dar su vida en rescate por muchos (Mc 10,45)

4. El reto del Pacto de las Catacumbas para la Iglesia en África

La Iglesia católica en África es una Iglesia muy vibran-

te. Se dice que un notable 16% de los católicos del mundo

viven en este continente, y que en el número de los católi-

cos africanos se ha registrado un crecimiento de casi el

21% entre 2005 y 2010 26 . Abundan las vocaciones al sa-

cerdocio y a la vida religiosa, y muchos sacerdotes, reli-

giosos y religiosas africanos trabajan como misioneros en

todas partes del mundo.

En muchos países africanos, sobre todo en el África subsahariana, las celebraciones litúrgicas están llenas de fieles ardorosos y entusiastas, que

recurren a la Iglesia no solo en busca de alimento espiri-

tual, sino también de protección y apoyo material frente

a la difícil situación socioeconómica y política que el con-

tinente lleva sufriendo desde hace siglos.

¿Cómo es, pues,que el Pacto de las Catacumbas supone un reto para la

Iglesia católica y los líderes eclesiásticos en África? Para

empezar, hay que determinar la medida en que el docu-

mento y su contenido son conocidos por el clero y el pue-

blo africanos. El párrafo final del Pacto dice así:

Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a cono-

cer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles

que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus

oraciones.

¿Cuántos de esos obispos representaban a la Iglesia

en África? Un análisis de la procedencia de los signatarios del documento es significativo: de África, 7; de Asia, 12; de Europa, 10; de Norteamérica, 2; de Latinoamérica, 9. Total, 40.

A juzgar por los apellidos de los obispos, la mayor

parte de estos eran de origen europeo, que servían en su

país o eran misioneros en África, Asia y, en cierta medi-

da, en Latinoamérica. Los siete obispos representantes

de África eran mayoritariamente misioneros que traba-

jaban en los siguientes países: Argelia, Egipto, Togo,

Congo, Chad, Zambia y Congo-Brazzaville.

En la historia de la Iglesia en África, los misioneros católicos y sus

superiores han tenido fama de haber dedicado sus vidas,

talentos y bienes al servicio y desarrollo de la gente, es-

pecialmente de los pobres. Este es un punto reconocido

y subrayado en la Primera Asamblea Especial para Áfri-

ca del Sínodo de los Obispos, convocada por Juan Pablo

II, quien escribió:

El espléndido crecimiento y las realizaciones de la Igle-

sia en África se deben en gran parte a la heroica y desinte-

resada dedicación de generaciones de misioneros.

¿Por qué, entonces, siete obispos misioneros, repre-

sentantes de la Iglesia en África en el Concilio Vatica-

no II, consideraron necesario firmar el Pacto de las Cata-

cumbas? Lo que estaba en juego no era simplemente la

cuestión de responder a las necesidades de los pobres o

menos privilegiados, puesto que ya lo venían haciendo

activamente en virtud de su trabajo como misioneros.

El Pacto de las Catacumbas, como los artículos 63-72 de la

Gaudium et spes que lo inspiraron, tocaba la cuestión de

la auténtica respuesta cristiana a la pobreza económica

involuntaria que se alimenta de la extendida injusticia so-

cial de los tiempos modernos. Desde esta perspectiva hay

que considerar la pertinencia y los retos del documento

para la Iglesia en África. A este efecto, los padres sinoda-

les de la Primera Asamblea Especial para África plantea-

ron una oportuna pregunta:

«En un continente saturadode malas noticias, de qué modo el mensaje cristiano constituye una Buena Nueva para nuestro pueblo?»

El Pacto de las Catacumbas tocó algunos de los principales te-

mas que presentan retos a la Iglesia en África, a saber:

actitud respecto a la riqueza y el estilo de vida, y actitud

respecto a la autoridad y el poder.

5. Actitud respecto a la riqueza y el estilo de vida en un contexto africano

Es importante señalar desde el principio que África es

un continente enorme, dividido entre muchas naciones

con experiencias diversas. Por eso hay que estar preveni-

do respecto a generalizaciones, que suelen presentar solo

un lado de la historia. No obstante, es posible discernir

ciertos rasgos que caracterizan la experiencia de diferen-

tes sociedades africanas durante un tiempo determinado.

África ha pasado por periodos de tráfico de esclavos, co-

lonialismo, y neocolonialismo posterior a las independen-

cias, con desequilibrios económicos e injusticia social de

efectos devasta dores. Por otro lado, los africanos no son

una excepción en cuanto a apreciar los bienes materiales.

De ahí que haya entre ellos cierto frenesí en la persecu-

ción de riqueza, la cual constituye una importante fuente

de poder, prestigio e influencia en la sociedad. No rara-

mente, los abundantes recursos naturales de muchas na-

ciones africanas son saqueados por una élite poderosa, en

detrimento de toda la población.

Tal situación ha contribuido a la coexistencia de una pobreza deplorable y una

riqueza desaforada, ya condenada por los padres conciliares del Vaticano II. La cuestión de la riqueza y el estilo de

vida, abordado de nuevo en el Pacto de las Catacumbas,

reta a la Iglesia en África a examinar su actitud y estilo de

vida frente a la realidad histórica de la riqueza y la pobre-

za como son experimentadas en el continente.

Desde la época colonial, de fuerte presencia misionera

en África, la Iglesia siempre ha proporcionado alivio a los

pobres, muchas veces tomando de unos recursos escasos.

La caridad cristiana siempre ha constituido una marcada

característica de la Iglesia en África, como ha quedado di-

cho. Hay, sin embargo, una creciente conciencia de que la

caridad por sí sola no es la solución a la extendida pobreza

e injusticia social en la sociedad moderna. La caridad cris-

tiana debe estar precedida por la justicia y apoyada por un

estilo de vida sencillo, como el de Cristo, que suponga una

denuncia del apego excesivo a las riquezas y el afán por

acumularlas. Este reto ha sido tomado de diversas dimen-

siones de la Iglesia en África.

La promoción de la justicia formó parte de la temática y discusiones durante la Primera y Segunda Asambleas Especiales para África del Sínodo

de los Obispos. De hecho, Juan Pablo II escribió así en la

exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa:

Respecto a la promoción de la justicia y, en particular, a

la defensa de los derechos humanos fundamentales, el

apostolado de la Iglesia no puede dejarse a la improvisa-

ción. Consciente del hecho de que en numerosos países de

África se perpetran flagrantes violaciones de la dignidad y

de los derechos del hombre, pido a las Conferencias episco-

pales que instituyan, donde todavía no existan, Comisiones

de «Justicia y Paz» en los diversos niveles. Estas deben sen-

sibilizar a las comunidades cristianas en su responsabilidad

evangélica sobre la defensa de los derechos humanos.

En casi todas las diócesis de África se ha establecido

una comisión de Justicia y Paz, cuya eficacia varía de un

lugar a otro. Además del establecimiento de esa comi-

sión, los obispos de África se han pronunciado a menudo

y enérgicamente contra la existencia de violencia, inesta-

bilidad política, injusticia socioeconómica y miseria en

muchas regiones del continente. El mensaje es reiterado

en la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo

de los Obispos, así como en la correspondiente exhorta-

ción apostólica postsinodal:

Que una minoría confisque los bienes de la tierra en de-

trimento de pueblos enteros, es inaceptable porque es in-

moral. La justicia obliga a «dar a cada uno lo suyo»: ius

suum unicuique tribuere. Se trata, pues, de hacer justicia a

los pueblos. África es capaz de asegurar a todos ?personas

y naciones del continente? las condiciones básicas que les

permitan participar en el desarrollo.

Teólogos de la liberación africanos, como Jean-Marc

Ela, ha señalado, sin embargo, que la persistente «irrup-

ción de los pobres», por usar las palabras del propio Ela,

supone un grave desafío para la credibilidad del cristia-

nismo en África.

La cuestión de la credibilidad del cristianismo en Áfri-

ca frente a la «irrupción» de los pobres suscita algunas

preguntas pertinentes: ¿Qué mensaje transmite el estilo

de vida de la jerarquía y de los líderes religiosos en África

a los africanos en el contexto socioeconómico en que estos

viven? ¿Condena su estilo de vida la pobreza y la codicia,

conforme a su denuncia oficial? ¿Da el estilo de vida del

clero testimonio elocuente de los valores del Reino al mo-

do de Jesús, que se hizo pobre para que nosotros pudiéra-

mos ser ricos? (2 Cor 8,9). ¿O también la autoridad ecle-

siástica en África ha quedado atrapada en el ansia

frenética de acumulación de riquezas y materialismo?

¿Pueden los pobres y las víctimas de la injusticia social en

África identificarse realmente con la jerarquía y los líde-

res religiosos en asociación y solidaridad? ¿O permanecen

estos todavía en el nivel de ayudar a los pobres de sus bie-

nes sobrantes o acumulados, pese a que los bienes de la

Tierra fueron creados para todos?

En algunas regiones de África, muchos líderes cristianos ?sacerdotes, obispos y

religiosos? son propensos a llevar una vida de opulencia a

la manera de los ricos aristócratas de su sociedad. Su es-

pléndido estilo de vida los expone a padecer de cierta avi-

dez por el dinero y apego a las cosas, en una sociedad que

hace ídolos de las riquezas y las posesiones materiales.

El clero compite dentro de sus propias filas y con miembros

de la sociedad civil en cosas tales como el uso y posesión

de múltiples casas o vehículos caros e impresionantes y el

disfrute regular de costosas vacaciones en Europa o Amé-

rica, etc.

Se da la triste ironía de que algunos de esos bie-

nes o viajes son sufragados por feligreses pobres que con-

tribuyen con sus escasos recursos a satisfacer las incesantes

demandas o manipulaciones de su clero. También pueden

proceder de ricos aristócratas de esas sociedades, que ven

conveniente alinearse con los dirigentes eclesiásticos.

El afán de bienes materiales entre sacerdotes se mani-

fiesta también en la proliferación de centros del ministe-

rio de curación.

Con el tiempo, algunos de esos centros

se han convertido en verdaderos negocios, que han situa-

do al correspondiente sacerdote-sanador entre los más

ricos de la sociedad. El éxito material de tales centros ha

conducido en Nigeria, por ejemplo, al establecimiento de

universidades y colegios superiores privados, así como al

surgimiento de numerosas industrias e instituciones fi-

nancieras, que a su vez contribuyen a aumentar el poder

y el prestigio de su propietario.

Algunos centros del ministerio de curación llegan a utilizar estrategias manipu-

lativas para conseguir dinero de gentes vulnerables que

buscan sus servicios. Tal abuso de poder espiritual fue condenado por E. C. Uzochukwu cuando escribió:

El ministerio es para el beneficio de los miembros de la

Iglesia y no solo para el lucimiento de algunos. Los sacerdo-

tes que en Nigeria hacen ostentación de dones para fascinar

a la gente común o enriquecerse son comparables a los ofe-

ke dibia (curanderos estúpidos e ignorantes) de la tradición

Igbo... Nuestros sacerdotes y laicos que en Nigeria y otras

partes de África están activos en el ministerio de curación

deberían tener presente la espiritualidad tradicional de con-

siderar sus dones destinados al servicio de la comunidad, a

fin de que aprecien el significado profundo de los carismas

para la construcción de la comunidad como fue vivida en el

cristianismo primitivo (1 Cor 12). Esto calará más cuando el

ministerio sea aprendido esencialmente como servicio y no

como una escalera para alcanzar rango y privilegio.

Desde esta perspectiva, el Pacto de las Catacumbas

reta a los líderes religiosos de África a dar auténtico tes-

timonio de los valores que Jesús predicó y conforme a los

cuales vivió, y que formaron luego la base para la vida y

práctica de los primeros cristianos.

Un estilo de vida sencillo promueve un reparto equitativo, entre todos, de

los bienes comunes de la Tierra; supone un rechazo y una

crítica de la acumulación de riqueza por parte de unos

pocos en perjuicio de la mayoría; no busca manipular la

religión para ganar popularidad, poder, prestigio y privi-

legios (1 Tes 2,5-10). Según John Marc Ela:

No basta con que el la «lucha por la justicia» se incluya

en el discurso oficial de cierto número de sacerdotes, obis-

pos o teólogos, mientras que las prácticas y las orientacio-

nes de la vida cristiana en conjunto siguen configuradas por

la problemática de un cristianismo todavía atrapado en las

sutiles maquinaciones de una sociedad dominante. En lo

sucesivo deberemos tener el coraje de vivir nuestra relación

con Dios en la fe partiendo de nuestra experiencia de soli-

daridad con África, que busca su liberación.

Desde este punto de vista, lo que necesitamos en nuestras iglesias es un

cristianismo de «mangas remangadas», que abandone su

mentalidad de gueto y se comprometa en las cuestiones

reales que deciden el futuro de un pueblo

6. Actitud respecto a la autoridad y el poder

El Pacto de las Catacumbas reta a la Iglesia en África

también a examinar su actitud con respecto a la autori-

dad y el poder, a la luz de las enseñanzas y prácticas de

Jesús y de la Iglesia primitiva. En palabras de Donal Dorr:

«Como no haya la percepción de que la Iglesia es verda-

deramente justa en su manera de proceder, se verá gra-

vemente comprometido su trabajo por la justicia en la

sociedad».

También los padres sinodales en la Primera

Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obis-

pos apuntaron:

La Iglesia, como comunidad de fe, debe ser un testigo

firme de la justicia y la paz incluso en sus estructuras y en

las relaciones entre sus miembros .

A la luz de esta declaración surgen algunas preguntas

fundamentales: ¿Qué significa que la Iglesia en África

«debe ser un testigo firme de la justicia y la paz incluso

en sus estructuras y en las relaciones entre sus miem-

bros»? Las estructuras existentes dentro de las que ac-

túan las autoridades eclesiásticas en África, ¿promueven

la justicia o toleran la injusticia? ¿Proporcionan alternati-

vas razonables a la dominación, explotación y opresión

que operan en la estructura económica, social y política

de muchas sociedades africanas?

Dos factores principales influyen en el ejercicio de la

autoridad dentro de la Iglesia en África.

El primero es un fuerte clericalismo, heredado de los misioneros occidentales, que el obispo Mwoleka ha calificado de «enfermedad

incurable».

El segundo es una imagen deteriorada de la

autoridad del jefe africano autocrático, imagen propagada

por los dictadores de África en el terreno político. Estos

dos factores, que combinados dan lugar a la autocracia

clerical, constituyen grandes peligros para el ejercicio de

la autoridad dentro de la Iglesia en África. Se ven en este

continente situaciones en que la Iglesia está todavía inten-

samente clericalizada.

Por un lado, hay un puñado de obispos y sacerdotes en la cúspide de la pirámide que tienen una autoridad casi absoluta, con derechos y privile-

gios en la administración de las diócesis y las parroquias.

Hay también, por otro lado, un alto porcentaje de fieles

laicos, sobre todo mujeres, que sufren esa situación en la

base piramidal.

Este modelo de Iglesia se desentiende, en

la práctica, de la enseñanza oficial del Vaticano II sobre la

Iglesia como Pueblo de Dios, así como sobre la colegiali-

dad y el ministerio colaborativo. Sus estructuras están

constreñidas por mecanismos de injusticia que van en

contra del valor evangélico de la autoridad entendida co-

mo servicio. Son lo contrario de la manera que tenía Jesús

de proceder con sus discípulos. Cuando los apóstoles em-

pezaron a rivalizar entre ellos por posiciones de poder,

Jesús los llamó y los instruyó de este modo:

Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las

gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen.

No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande

entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser

el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. Pues

tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a

servir y a dar su vida en rescate por muchos.

A la luz de esta visión evangélica de la autoridad co-

mo servicio, los obispos del Pacto de las Catacumbas de-

clararon:

Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en cari-

dad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes,

religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya

un verdadero servicio. Así, nos esforzaremos por «revisar

nuestra vida» con ellos; buscaremos colaboradores para po-

der ser más animadores según el Espíritu que jefes según el

mundo; procuraremos hacernos lo más humanamente posi-

ble presentes, ser acogedores; nos mostraremos abiertos a

todos, sea cual fuere su religión (Mc 8,34-35; Hch 6,1-7;

1 Tim 3,8-10) 39 .

7. Conclusión

El Concilio Vaticano II es un gran hito en la historia

de la Iglesia en tiempos modernos. El Pacto de las Cata-

cumbas de Domitila desarrolla una aplicación práctica de

los principios teóricos del Concilio Vaticano II sobre ma-

terias socioeconómicas. Constituye un gran reto para la

Iglesia en África y para la Iglesia universal volver a los

valores evangélicos de Jesús en la respuesta a las relacio-

nes económicas y sociales en la sociedad moderna.

El Pacto reta a los dirigentes eclesiásticos en África y demás

partes del mundo a rechazar la injusticia social y econó-

mica no solo mediante denuncias formales, sino especial-

mente con un cambio de mentalidad y un estilo de vida

sencillo que promueva la justicia y la utilización común

de los bienes de la Tierra.

Subraya la necesidad de que la Iglesia en África se convierta en auténtico testigo de justicia y paz en sus estructuras y en la relación entre sus

miembros. Reta a todos los cristianos a luchar contra el

desequilibrio económico con justicia social y caridad,

más un estilo de vida inclusivo de los pobres como socios

respetables en la compartición de los bienes comunes de

la Tierra. Exhorta a los Gobiernos y las organizaciones

internacionales a hacer y aplicar leyes y políticas desde la

perspectiva de sus beneficios para los pobres.

(Traducido del inglés por Serafín Fernández Martínez).

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