Conmocionada por los atentados de París, la opinión pública europea está reaccionando con cierta unanimidad ante la irrupción de lo intolerable. En el fondo de casi todas las perspectivas se encuentra una convicción moral básica que condena todo atentado terrorista como un bárbaro atentado contra la civilización. De esta forma, parece que todos los ciudadanos están obligados a plantearse un dilema: ¿civilización o barbarie?
Sin embargo, quizá ha llegado el momento de transformar estos dilemas simplificadores y afrontar la situación desde una complejidad que no afecta únicamente a las formas de entender la civilización sino a las formas de entender la barbarie. Para entrar de lleno en la complejidad puede ser útil introducir el factor religioso dentro de los análisis de lo civilizatorio y no situarlo dentro la barbarie. Esto se hace habitualmente dentro de los análisis geoestratégicos y a los mejores investigadores no se les ocurre excluirlo como variable determinante. Basta recordar los trabajos de T. Huntington quien, a finales del siglo pasado, describió la geopolítica futura como un "choque de civilizaciones".Para medir este compromiso, sería bueno que recordásemos a un pensador como René Girard cuya muerte hace pocos días ha pasado desapercibida en la opinión pública. Y recordarlo por una razón muy sencilla: la necesidad de revisar la cultura moderna, la economía y la política democrática desde categorías antropológicas vinculadas a la envidia, la violencia sacrificial y la cohesión social. Sin olvidar que el animal más útil y mejor amigo de toda mentalidad totalitaria es el chivo expiatorio.
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