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Ni una más
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Ni una más

Actualizado 26/11/2015
Abel Sánchez

25 de noviembre, día internacional por la eliminación de la violencia de género. Se ha escrito y se ha hablado tanto este día (y este año más que ningún otro, porque todo vale de cara a las elecciones, hasta Mariano Rajoy que ha demostrado sobradamente su insensibilidad en este tema ha presidido el acto anual de recuerdo a las mujeres víctimas) que corremos el riesgo de ahogarnos en un mar de palabras que acaban perdiendo su significado de puro manoseadas.

[Img #488064] No quisiera añadir más palabrería vana, por lo que renuncio a regodearme en las inasumibles cifras de mujeres maltratadas, o a caer en el morbo de recrear brutales situaciones.

Solamente quiero compartir algunas torpes reflexiones sobre algunos aspectos que me preocupan, porque creo percibir una relajación social que se pone de manifiesto en que ya solo parecen impactarnos los casos más graves, los terribles asesinatos de mujeres o de menores. Pero estos hechos son solo la expresión más extrema de otras muchas agresiones cotidianas, de una violencia permanente (física, mental, económica, sentimental) con la que nos acostumbramos a convivir y ante la que perdemos capacidad de reacción; y no podemos quedarnos solo en la condena cuando se comete un asesinato. Debemos salir a gritar "ni una más", pero no podemos quedarnos ahí.

La reducción del problema de la violencia de género a la denuncia de las agresiones más graves nos lleva a creer que las soluciones tienen que buscarse en el ámbito del derecho penal, a reclamar un endurecimiento de penas para los maltratadores. Y ni ese es el problema ni esa es la solución; el monstruo capaz de los actos más violentos no va a desistir de sus propósitos porque vaya a tener un castigo más duro, nunca se ha conseguido erradicar el delito por el mero endurecimiento de las penas (de hecho las sociedades más violentas suelen ser las más represivas). El problema es mucho más grave, porque está en la propia raíz de la sociedad, y solo puede enfrentarse con un compromiso real, con medios y recursos suficientes, con implicación de todas y todos (esto no es un problema de las mujeres, es fundamentalmente un problema de los hombres que deberíamos ser los más implicados porque sobre nosotros cae la vergüenza de mantener una sociedad machista y violenta) y con una educación que se marque como objetivo la formación de personas libres y solidarias, en lugar de fomentar la competitividad salvaje y la "empleabilidad" como principal valor.

Y es evidente que algo estamos haciendo muy mal. El mayor fracaso es la constatación de que muchas adolescentes y jóvenes asumen una posición de inferioridad en su relación de pareja, admiten que los chicos tienen más derechos, o consideran natural ser controladas por sus parejas porque creen que las formas de control son manifestaciones de amor. Parece mentira que después de tantos años de lucha muchas jóvenes se parezcan más a sus abuelas que a sus madres.

La educación es la clave. Y poco podemos esperar de un sistema educativo que suprime los tímidos intentos de fomentar valores cívicos con propuestas como "educación para la ciudadanía" y vuelve a introducir en las aulas formas de adoctrinamiento religioso incompatibles con ideales de igualdad (en todas las grandes religiones se reserva a la mujer un papel subordinado al varón, todas justifican y defienden el poder del hombre sobre la mujer). Si no somos capaces de desprendernos de atávicos "valores" religiosos no seremos capaces de erradicar la violencia de género. Y aún tenemos que soportar al tipo que habla en nombre de la Conferencia Episcopal decir que el laicismo es una amenaza para la paz.

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