Ya no miro atrás

Aún tirita su barbilla y toma conciencia de la fuerza con la que sus manos aprietan las asas de sus maletas. No es consciente de si son los nervios que siente ante el camino de incertidumbre que le queda por recorrer o por el frío helado que ha sentido de madrugada en el recorrido paseando entre el taxi y la entrada bochornosa en el calor del aeropuerto.

Se siente solo, inquieto, tenso y expectante antes los carteles luminosos que le indican mil vuelos que llegan y salen. Le cuesta un terrible esfuerzo, centrar su mirada y concentrarse en buscar el suyo, ciudades, horarios, números que bailan en la pantalla y no le permiten fijar su mirada ante el que está buscando.

Ha pasado del ruido ensordecedor de los coches que aparcan y salen de la puerta de la terminal a escuchar un murmullo constante de voces sin sentido que le rodean y le distraen.

Aún le gustaría estar tumbado en la cama de su habitación, escuchando detrás de la puerta las voces cálidas de sus padres, mientras él, perezoso se envuelve de nuevo entre las sábanas aún calientes. Pero eso ya ha quedado atrás, en unos minutos eso ya es el pasado inmediato, al que de momento no va a poder volver.

Porque después de 22 años, de una infancia feliz y divertida, de años de estudio, de cientos de consejos, sugerencias, ánimos y desánimos, tomó la decisión.

Siempre pensó en viajar por placer, siempre en grupo, siempre disfrutando de cada preparativo; de cada ruta; de cada aventura que estaba dispuesto a vivir y siempre con la mente puesta en la vuelta.

Pero este viaje, se presumía sin retorno. Una carrera recién terminada, un título aún sin desenvolver, un sueño truncado en su país y una oportunidad lejos de sus fronteras. Así se presentaban sus días más inmediatos, así afrontaba la decisión tomada al igual que habían hecho otros muchos de los que sabía, que aquí también lo habían intentado.

Entre luces y letras entremezcladas de colores apareció su vuelo, respiró profundo, comprobó su billete, miro hacia un lado y hacia otro y tomo conciencia de lo que le rodeaba, comenzó a ponerle cara a sus desconocidos acompañantes, comenzó a distinguir sus voces y sus gestos y caminó tranquilo hacia su embarque.

Mientras relajaba la respiración por la tensión que brevemente había sentido, levantó la cabeza y sonrío levemente, apretó de nuevo sus manos, firmes y seguras arrastrando su equipaje.

Recobró la ilusión por marcharse, el deseo de afrontar la experiencia de buscar su vida lejos de los suyos, la emoción de conocer gente, lugares nuevos. Recordó en qué lugar había colocado el portafolios con el contrato de trabajo, ese que tantas noches en vela le había costado hasta decidirse y ante el cual se había marcado sus esperanzas, su futuro, su sueño y ya no miró atrás.