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Cuarenta años después
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FUERA DE MANO

Cuarenta años después

Actualizado 25/11/2015
Ana Vicente

ANTONIO VICENTE | Juez canino internacional

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[Img #487964]Poco tiempo después de finalizar el primer verano que pasé fuera de casa, buscándome la vida mientras estudiaba, se produjo la muerte del dictador. Había cumplido aquel verano diecisiete años y por el hecho de recalar en San Sebastián y en aquellas circunstancias políticas, descubrí una serie de cosas totalmente desconocidas para un estudiante de bachillerato, del medio rural, donde la política era algo tabú para todos nosotros; recuerdo de manera especial los altercados que había cada noche en algunos puntos de la capital guipuzcoana y las dificultades que esto me suponía para llegar a casa tras el trabajo.

El verano siguiente mi destino fue Hondarribia, que por su situación geográfica (a la puerta de la frontera francesa) y con el dictador desaparecido hacía casi un año, la política se vivía de manera intensa y cotidiana en todas partes, aunque en 'voz baja'. En aquel ambiente y en aquellas circunstancias, creo que fue una suerte tener un compañero, el jefe de cocina, que vista mi curiosidad e interés me dio las primeras lecciones de algo que decían allí se podía avecinar como forma de vida política en España, la Democracia.

Ismael era un tolosarra que había desarrollado su vida profesional entre Londres y París, mayoritariamente, y aquel verano había regresado a su tierra a la espera de una jubilación que ya tenía próxima dada su edad; tenía, por tanto, los conocimientos de política y democracia que daba el simple hecho de haber vivido muchos años en estos países que tantos años de ventaja nos llevaban en cosas como esta.

Como dije antes, dado mi interés y curiosidad, Ismael y yo pasamos muchas horas hablando, durante las cuales él me explicaba lo que sería la democracia si definitivamente llegaba a España como forma de gobierno y vida política tal como se hablaba allí en todas partes; en este contexto fue donde tuve conocimiento de lo que serían las distintas ideologías políticas, los partidos (que habría que crear y legalizar), las organizaciones sindicales, etc. También me dibujó el perfil de aquellos que se iban a dedicar a la política y serían los que mandarían en todo aquel cotarro que ya se intuía en ciernes, es decir, los políticos.

Tras aquellas charlas, debo reconocer que me formé una noción idílica de lo que sería la clase política que habría en España si la democracia llegaba a ser la forma de gobierno, con unos, señores dedicados a servir al pueblo, respetuosos con las leyes que ellos mismos aprobarían, con excelente preparación para ello y mejores intenciones, que desde luego no se ha correspondido, en infinidad de casos, con lo que luego hemos ido viendo con el paso de los años.

En mi opinión, en los primeros años de democracia la gran mayoría de los políticos (extrema derecha aparte), independientemente de su ideología, fueron aquellos dirigentes impolutos que yo tenía en mi cabeza, dejando de lado sus creencias y empeñados, todos, en dar forma a lo que tenía que ser nuestro nuevo modelo de gobierno. Hubo infinidad de problemas superados con la unión y el empeño de todos ellos, encabezados por Adolfo Suarez, como la legalización de partidos políticos (sobre todo la del PCE especialmente complicada), no sucumbir a las presiones de la extrema derecha (matanza de Atocha, incluida) y grandes sectores del ejército que querían seguir con la dictadura; no sucumbir al terrorismo de ETA y GRAPO o el gran logro por excelencia, reunir a siete políticos en representación de todas las ideologías, salvo el PNV que no tuvo representación (PSOE, PCE, AP, Minoría Catalana y UCD, que no era un partido político sino una coalición electoral, lo que complicaba más las cosas) para redactar una Constitución, que tras su aprobación en Referéndum el 6 de diciembre de 1978, nos ha servido a todos para llegar hasta nuestros días en paz, en libertad y en continuo progreso; demostraciones claras de una categoría política de altísimo nivel puesta al servicio de la inmensa mayoría, haciendo solo aquello que debe hacer un político, política y nada más que política.

Una vez puesto 'el tren' en marcha, por las vías de la democracia no tardaron en hacer su aparición los 'casos', siempre ligados a la corrupción política o empresarial. Uno de los primeros, sino el primero, el de Banca Catalana, hasta el presente que se vive con los separatistas catalanes, capitaneados por el más irresponsable de ellos en un intento de crear un Estado catalán aún a costa de saltarse a la torera la misma Constitución, esa que ha reconocido a Cataluña como lo que es hoy durante estos últimos 40 años. Según algunos analistas, este empecinamiento independentista de Artur Mas no es ningún proyecto político (que sería igualmente ilegal) sino que obedecería a un intento, ya desesperado, de librar a los Pujol de las responsabilidades penales que se deriven de sus supuestas tropelías corruptas durante los 30 años de su mandato, y que recientemente hemos conocido.

Mientras todo esto se ha ido deteriorando, hay una parte que siempre ha estado a la altura de las circunstancias, la ciudadanía, el pueblo llano

En medio de estos 'casos', toda una colección de escándalos de todos los colores a consecuencia de los cuales, la clase política ha sufrido el desprestigio y la desconfianza de la ciudadanía por los 'casos' orquestados por una minoría de ellos, eso sí, siempre con mucho poder y responsabilidad que nos ha conducido a la desconfianza actual, y no ya solo en los políticos sino, también, en las instituciones públicas.

A su vez, mientras todo esto se ha ido deteriorando, hay una parte que siempre ha estado a la altura de las circunstancias, la ciudadanía, el pueblo llano, que estuvo calmado cuando se le pidió calma, que salió cuando se le pidió que saliera, que obedeció cuando se le pidió que obedeciera, que está pagando de manera abusiva por lo que no debería pagar y que ahora se mantiene pasivamente incrédulo e indignado ante los despropósitos de quien más tuvo que dar ejemplo y respetar las normas establecidas; en definitiva el pueblo llano es quien sigue manteniendo, en su totalidad, los valores que hace cuarenta años adornaron a España entera.

Ante esta situación, se nos presenta, de nuevo, el 20D, una nueva oportunidad para poner a cada uno en el sitio que cada cual crea que le corresponde estar, esta vez con novedades añadidas a lo ya conocido, partidos nuevos que enterrarán el bipartidismo, pero sobre todo caras nuevas, caras de jóvenes en todos los partidos, jóvenes que no vivieron la dictadura ni votaron la Constitución, (que representan a gran parte de la población actual que no se identifica con la Constitución al no votarla por razones de edad), pero que son conscientes de la situación insostenible a la que hemos llegado y que tienen como denominador común cambiar las cosas (salvo los del PP, me temo, que siguen el guión establecido).

Con esta necesidad de cambios, las elecciones las ganará quien mayor poder de convicción tenga a la hora de ofertar tres cosas imprescindibles actualmente, reformas, reformas y reformas, sobre todo de la propia Constitución, principio básico para volver a creer en nuestro sistema, en nuestros políticos y en nuestras instituciones y poder continuar así otros cuarenta años de paz, de entendimiento y de progreso sin que los diversos sectores del poder puedan convertirse, de nuevo, en los únicos que no estén a la altura de las circunstancias. Debe ser, la próxima, una legislatura de reformas y de regeneración política. Una vez más, el futuro de nuestra democracia, como el de todas las cosas, pasa por las manos de la juventud, en esta ocasión, más que nunca, falta hace.

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