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París
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París

Actualizado 23/11/2015
Antonio Matilla

[Img #486558]¡Qué acumulación de sentimientos y de emociones! Los acontecimientos fuertes tienen la virtud de remover nuestra memoria y, espero, sacar a la luz las mejores experiencias y, sobre todo, fundamentos de esperanza para el futuro inmediato y lejano. Dos meses de mi vida discurrieron intensísimamente en el distrito XI de París, concretamente en un hotel sencillo, propiedad de un judío de origen argelino, sito en la Rue Richard Lenoir. La calle continúa existiendo ?san Google lo sabe casi todo-, el hotel no sé. Fueron meses del verano de 1960 y muchos. Un pequeño grupo de compañeros seminaristas nos liamos la manta a la cabeza y nos fuimos a París. Buscábamos un aire nuevo, la experiencia de bandeárnoslas solos fuera de casa, trabajar, ganarnos la vida, mejorar el francés del Colegio hablando con los demás empleados del hotel, sobre todo la recepcionista, que en el rato libre de la comida me hacía leer en voz alta el editorial de Le Monde y comentarlo con ella, corrigiéndome; y yo en plan esponja, emborrachándome de ideas y de cultura en la ciudad de la Luz, respirando la libertad que se nos negaba en la patria. No en la familia, que nuestros padres no sólo no pusieron ninguna pega, sino que nos animaron, aunque más de una noche dormirían mal. No había móviles para comunicarse; para hablar por teléfono sólo una de nuestras cinco familias disponía de terminal en casa, pero escribíamos una cartita o una postal cada semana con las fotos turísticas típicas de los lugares que íbamos visitando en los ratos en que nos dejaba libre el trabajo. ¡Y poder ir al cine a ver películas prohibidas en España!, comprarnos unos pantalones campana con el primer sueldo y algunos libros revolucionarios con la esperanza de poder colarlos en la frontera, ir a una boite ?así se llamaban las discotecas en París entonces- acompañando a algunas compañeras alumnas de la Alianza Francesa, donde un par de horas cada tarde nos daban un buen baño de gramática, conversación, dictado y redacción; y tal vez un pequeño ligue al acabar la jornada, casi nunca logrado.

Los atentados de la semana pasada me han roto la burbuja. Nos hemos hecho mayores. Durante cuarenta años, al volver de París, me ha tocado, como a todos, convivir día a día con el terrorismo de ETA y con el siguiente; ahora ellos ya han pasado por su 11-M y nosotros tenemos que seguir alerta. Alerta sobre todo para que no nos roben la libertad y para ser fieles, yo al menos, a las ideas fundacionales de la Unión Europea, cuando aún no estábamos dentro y las 12 estrellas de la corona de la Virgen Inmaculada del Apocalipsis centelleaban desde la bandera azul. Esos son los orígenes, el fundamento de aquella libertad de la que empecé a gozar en el XI Arrondissement de Paris. Ahora que los cimientos de nuestra civilización están en juego, bueno es que los reforcemos recurriendo a los orígenes, a todos los orígenes, también a los que edificaron De Gasperi, Adenauer, Schumann?los padres fundadores de la Unión Europea. Todo lo que haya venido o venga después, Mayo del 68 y la revolución sexual; la prosperidad, el bienestar y la riqueza; la globalización, la crisis financiera globalizada; la Multiculturalidad o Interculturalidad y el Islam, para ser en verdad europeos, deberán apoyarse en aquellos fundamentos, profundos y, a la vez, flexibles. Si somos fieles a nuestras raíces, Europa podrá asimilarlos y habremos contribuido muy eficazmente a la paz universal con la que soñaban algunos ilustrados. De lo contrario?

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