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40 años más
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40 años más

Actualizado 20/11/2015
Luis Miguel Santos Unamuno

En ocasiones, por mi condición de psicólogo, me veo envuelto en una situación bastante típica y chusca con amigos o conocidos que me acorralan? con buenas intenciones todo hay que decirlo. Y así, a la primera que en una cafetería o un supermercado un niño enrabietado y mal educado monta su número de gritos, negativas, pataletas o revolcones, los padres de la criatura, cuando no sus amigos, se giran hacia mí con una sonrisa burlona en los ojos y me sueltan eso de: "hala!, el psicólogo, a ver, haz algo para arreglar esto", sabiendo que no voy a poder con tamaño desafío y sintiendo que así dejan en evidencia las limitaciones de la psicología cuando no mi propia competencia profesional. Es una situación desairada de la que prácticamente no tienes posibilidad de salir airoso así que, tras sonrojarme las diez o doce primeras veces he acabado desarrollando una estrategia dizque defensiva. Y lo que hago es escurrir el bulto con una pregunta inocente: "¿cuántos años tiene este rapaz?" (no voy a meterme aquí en lenguaje de género pero los arrapiezos suelen ser niños aunque también se me han dado casos con niñas) y cuando me contestan, no sé, 9 años, entonces les salto a la yugular: "de acuerdo, empezamos ahora mismo pero tardaremos primero otros 9 años en deshacer los aprendizajes que el chico ha adquirido en este tiempo dentro de su familia. Y luego ya podremos empezar a construir para evitar esas rabietas".

Desaprender. Desaprender lo aprendido, las rutinas, los reflejos, las actitudes, los miedos, los rencores. Es el verbo que se utiliza en psicología aunque no me gusta especialmente. Y se tarda un tiempo. Sobre todo cuando la herida fue grande, cuando el abismo que nos separó fue profundo, más que años de plomo fueron años de hielo.

40 años más, espero que menos, quizá, nos esperan. Porque han pasado ya 40 desde que la muerte del militar Franco puso fin a una época de oscuridad (no me valen los presuntos logros económicos, no me confortan del miedo a hablar, del miedo a actuar: el terror y sus ismos se instaura de formas diversas, con delaciones y con bombas) pero el sol que empezó a lucir provocó la proyección de sombras y la del dictador y sus frutos sigue siendo alargada, sigue tapándonos la luz, sigue envenenándonos la convivencia. Porque seguimos, inmaduros, como bebés cuarentones gritándonos unos a otros que los de enfrente no tienen pilila.

No me refiero a la necesaria y pendiente reparación de las injusticias con los muertos, los degradados, los desprestigiados, que sufren sus herederos. Me refiero a la incapacidad para desprendernos de esa presencia latente, de esa desconfianza entre convecinos, conciudadanos, compatriotas ya imposibles. Me refiero a esa guerra continua de trincheras, a esa dificultad para darle la razón al otro, para dejar de desconfiar de él. 40 años más hasta dejar de pitar himnos (quizá que muchos turcos este martes pitaran La marsellesa al grito de Alá es grande nos haga recapacitar), para que nos importe un comino que este país celebre su día nacional el 12 de octubre y así no se permita que funcionarios (los presidentes de Comunidades Autónomas lo son) decaigan de sus funciones de representación mientras otros ponen cara de desagrado. Me refiero a lo que pasó aquel 11 de marzo de hace 11 años en que un golpe brutal nos afectó a todos. A todos. Pero en lugar de unirnos contra la barbarie un hachazo invisible y homicida nos separó. Nos enfrentamos, nos enfrentaron. No nos dejaron llorar los muertos pues se puso el foco en teorías, conspiraciones que sugieren más que demuestran, que siembran dudas sobre aspectos parciales que contaminan el todo. No se lo perdonaré nunca.

A un mes del 20N, el 20D, tenemos unas elecciones pero no toleramos que un candidato mencione palabras como Ley o cumplimiento. Nos parecen autoritarias, palabra maldita porque los padres que educan a los quinceañeros de hoy fueron educados por padres que tuvieron que obedecer sin rechistar, que vivieron en el temor a la autoridad cuando esta vestía de gris o de caqui.Les hicimos a nuestros hijos el regalo más preciado: que no nos tuvieran miedo, pero ni ellos ni nosotros parecemos saber qué hacer con el juguete de la libertad. Seguimos atascados, criticando los de derechas a los que llaman antisistema o piojosos y soltando bilis los de izquierdas contra los que considera indignos de vivir ni respirar sólo porque voten a su candidato del PP. Seguimos en un mundo de sentimientos que no exige ser explicado con argumentos racionales, seguimos pensando que la culpa es del árbitro y que desde Madrid se urden conspiraciones para que un determinado equipo de fútbol gane la Liga sin que el hecho de que no la gane desmienta nuestras creencias. Seguimos en la oscuridad de la Edad Media, tapado el sol durante 40 años por esa sombra perenne del difunto golpista.

Descreo de la posibilidad de que la desconfianza mengüe con el simple paso de los años. Hay que acelerar el proceso y, si se quiere, el procés. Con pequeños detalles. Lo mismo que se redactó la Constitución pues que se componga un himno ya que no hay manera de que el actual supere la losa que significó para tantos de nosotros verlo acompañar los actos del autodenominado generalísimo durante 35 años. Igual que para mí la expresión 25 años de paz (por mucho que contenga esa ansiada palabra) está cargada de un simbolismo repelente. He escuchado, probablemente no es verdad, que en el Reino Unido era obligatorio empezar o acabar los conciertos con el himno nacional, el God save the Queen. Tengo versiones en vinilo de John Mayall, Queen lo hizo uno de sus hits, Los Sex Pistols lo destrozaron desde una barcaza en el Támesis. Van 40 años por delante de nosotros.

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