Sangre y solo sangre

Ahí donde no hay más que resentimiento, falta de expectativas, de trabajo, de dignidad, de educación y de afecto por el lugar en el que vives encuentra el fanatismo un caldo de cultivo deseoso de sangre, de vírgenes en el paraíso, de inmolaciones que te convierten en un héroe. Ahí donde vivimos, muy cerca, no en ese territorio de nadie entre Siria, Irak y Turquía donde dicen que viven los del ISIS, un grupo tenebroso quizás creado por las potencias que ahora se rasgan las vestiduras y que solo entienden el Islam a sangre y fuego. Ese lugar que quizás ahora Hollande a fuerza de bombardeos convierta en un desierto peor de lo que es. Ese lugar maldito que queda tan lejos y del que huyen los refugiados. Pero nuestros asesinos no nacieron allí, son nuestros vecinos, criados en la escuela laica de la república, hablan francés, viven junto a nosotros y rezan en mezquitas donde el odio es la única lengua. Ellos son el verdadero desierto. Ellos, la amenaza cercana.

Podemos amarrar todas las justificaciones que afirmen que los árabes son maltratados, la historia una sucesión de abusos coloniales, la guerra actual en sordina un absurdo vodevil con El Asad sostenido por Putin. Podemos decir todo eso. Podemos afirmar que hace falta un comité de paz y no un pacto yihadista? sin embargo, el verdadero problema habita muy cerca, ahí donde sencillamente un inmigrante se siente desplazado en la tierra que no siente como suya, porque de la suya le han empujado las circunstancias. Y es aquí, donde vive de espaldas a la realidad, a la lengua, a las costumbres y al afecto, donde engendra una familia cuyos hijos no le pertenecen a ninguna tierra. Chicos desplazados, chicos enfundados en sus ropas occidentales, su lengua propia, su falta de expectativas escolares, su desorientación, su vacío? ese que llena un imán pagado por los árabes del petróleo sin que nos escandalice semejante cosa. Entonces sucede, algunos convierten Siria en tierra de promisión y hacen el viaje del terror que nadie controla, se empapan de sangre y de injusticia y vuelven con toda la justificación del mundo para inmolarse mientras quizás usted y yo, ajenos a todo, nos tomamos esa pecaminosa cerveza un sábado en la noche. Sí, quizás usted y yo, por qué no, en un barrio periférico, tras la semana de trabajo, aprovechando que aún se puede estar fuera o que me han dado entradas para ver un concierto. Sí ¿Por qué no? Es una cuestión de suerte que coincidamos precisamente esa noche y en esa calle con aquel que se fue de turismo religioso, de prácticas horrendas de terror cuando se hartó de ser un pardillo de poca monta, un bueno para nada harto de vivir donde no quiere. No se engañen, ese es el verdadero desierto, la falta de raíces, la falta de empatía, el resentimiento por el espacio de acogida. Esos muchachos que deambulan y que no se sienten bien ni en los países de sus padres ni en el que nacieron. Esos muchachos que dejaron el instituto y que no tienen trabajo o no lo mantienen. Esos que cambian el trapicheo por la alfombra de oración y acaban con un billete al desastre. Esos que se dicen llenos de razones. Esos son el desierto, y por desgracia, están muy cerca, están en silencio. Están y no son. Ellos, la desesperación, el desierto.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez