Embajadores del Califato

Bajo el influjo de un reciente viaje académico a Estambul, y como una cosa lleva a la otra, uno se vio invadido por un inesperado interés intelectual por la cultura islámica en general. No sólo por obras de cariz teológico -que también-, sino sobre todo por hermosas antologías poéticas del misticismo sufí, por crónicas sorprendentes como las de los viajes de Ibn Battuta, la embajada de González de Clavijo al Asia Central o la odisea de Pedro de Urdemalas por los dominios de Solimán. Por no hablar de la arquitectura, tan impresionante como desconocida por estos lares, que adorna ciudades como Ispahán, Samarcanda o Bujara?

Son muchas las complejidades y matices que se derivan de esta rica civilización en cuanto uno se acerca con ánimo de modesto aficionado abierto a aprender. Pero todas ellas se nos oscurecen cuando la garra del totalitarismo nos invade con la violencia cerril e indiscriminada del terrorismo de algunos que se declaran los más fieles seguidores del Islam, autores con ello de una blasfemia incomparable con las puerilidades de los semanarios satíricos tan vilipendiados.

Pensábamos en un constante progreso de nuestras sociedades imperfectas y recibimos de pronto la reiterada visita de los embajadores de las tinieblas. Ya el siglo XX nos dio rotundas lecciones de refinada barbarie y nos dejó pruebas evidentes de que la evolución histórica distaba de ser lineal. La carrera armamentística nos terminó de convencer de que vamos resistiendo de milagro y el espejismo que vivimos entre siglos terminó pronto por el peso de la amenaza global.

El lenguaje se retuerce para dar cauce a nuestros aturullados sentimientos y nos damos cuenta de que la absurda aleación de razón y de sinrazón ha estado alimentando monstruos, que a su vez tienen un poder de atracción insospechado ante jóvenes alienados, que toman como objetivo simplemente lo que es distinto y dirigen su puñado de frustraciones a todo aquello que les han enseñado a odiar.

Ante los tremendos zarandeos de la realidad la mente se nos queda en blanco y negro, como si sólo hubiera dos posibilidades: o ellos o nosotros. De ahí que surja tan pronto la palabra "guerra", que se ajusta mal sin embargo a este inhóspito panorama en que el enemigo está en nuestro restaurante, en nuestras calles, en nuestras salas de conciertos? Qué fácil es caer en la dialéctica "amigo-enemigo" cuando se nos pone en graves aprietos y se nos enturbia nuestra confianza en la vida cotidiana.

Nuestras más fundamentales convicciones por unos segundos se tambalean, la tolerancia tantas veces aniquilada resiste a duras penas, se pone en discusión nuestro propio modelo de convivencia. La lucha cruel también se desarrolla en estas sutiles dimensiones y es importante ser consciente de ello. La defensa implacable no puede llevarse por delante nuestros rasgos distintivos. La libertad, la igualdad y la fraternidad no deben quedarse en meras manchas de tinta.

Tampoco tiene sentido a estas alturas de la edad del hombre seguir criminalizando religiones, sino construir con todas las fuerzas posibles puentes de confianza entre ellas para reforzarnos entre todos, para que entre todos veamos que hay un fondo ético común incuestionable y dónde están sus límites. Para mostrar a estos supuestos embajadores del Califato que tenemos escondidos entre nosotros, que son aún más enemigos de la propia religión que pretenden defender que del llamado "Occidente" que hasta ahora liberalmente les acoge.