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El invierno llega en otoño
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El invierno llega en otoño

Actualizado 15/11/2015
Aniano Gago

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En el ámbito rural, en esos pueblos nuestros, el invierno llega en otoño. Cuando se termina el verano los "veraneantes" que acuden al pueblo donde nacieron, o al de sus padres, regresan a la ciudad. Quedan entonces los pueblos en silencio, tranquilos, con una tranquilidad que en lugar de paz significa olvido. Estos pueblos nuestros, cuando por sus calles y plazas no se ve a nadie, semejan a un enorme camposanto donde la clave es la ausencia de la vida. Estos pueblos nuestros ya están en ese invierno adelantado porque la demografía nos dice que desde hace años, siglos, están sentenciados.

Desde el nacimiento de las ciudades, desde la formación de los burgos, los pueblos empezaron a cavar su tumba. El encuentro en los mercados comarcales de los lugareños de la zona a vender y comprar sus productos generó una nueva forma de vida. Había que concentrar al mayor número de gente posible para que la economía se moviera. Así, poco a poco, año a año, siglo a siglo, se ha ido despoblando el campo para abastecer las ciudades. Ya Voltaire dijo en su día que "el hombre rural abandona el campo por la ciudad de puro lógico que es". Ha llovido desde Voltaire y estas palabras sólo han hecho que confirmarse. Hasta el punto que hace dos años ya se produjo el cambio esperado: pasó a vivir en el mundo más gente en las ciudades que en el campo. O sea, que la tendencia urbanita es imparable, a pesar de que en la ciudad no atan los perros con longaniza; al contrario: hay mucha miseria, más soledad y más crueldad.

Ni siquiera el estado actual de crisis está cambiando la tendencia. La industria urbana está de luto, llegando en el caso de España a superarse todos los récords de paro. Pero ni por esas la gente vuelve al mundo rural. El campo parece que ahora está sólo diseñado para los fines de semana, como pulmón necesario para el habitante urbano que considera un lujo irse a oxigenar fuera de donde vive habitualmente. Mientras tanto, el hombre del pueblo, tranquilo y escéptico, mira todo con la indiferencia del que ya todo le es habitual.

Antes, cuando la vida era muy dura en los pueblos, con falta de servicios mínimos, podía entenderse la necesidad de emigrar, y más cuando la mecanización del campo dejó muchas manos sin trabajo. Incluso había que asumir que las comunicaciones eran pésimas y los desplazamientos imposibles. Pero hoy eso ha cambiado, y ya es lo mismo vivir en un pueblo de Tierra de Campos, o del Campo Charro, que en las capitales Salamanca, Palencia o Zamora. Hoy todo está cerca, y más lo estará cuando el AVE se vaya acercando. Carreteras decentes, buenos autocares y excelentes coches están al alcance de una gran mayoría para no sentirse alejados de los grandes núcleos urbanos. Eso sí, falta que Internet llegue adecuadamente a todos los pueblos para que se complete esa comunicación que nos iguale a todos.

Sabemos que algunos jóvenes, pocos, han vuelto a algunos pueblos ante la situación del paro en la ciudad, y que el adelanto de las jubilaciones, y prejubilaciones, está haciendo que en muchos pueblos se vuelvan a habitar algunas casas, pero se necesita mucho más. Entre otras cosas, que a las políticas demográficas de la Junta y las Diputaciones se añadan los esfuerzos presupuestarios y de ideas del gobierno de la nación y de la Unión Europea. Deben entender los oscuros hombres de Bruselas que está muy bien cuidar a la avutarda de Villafáfila, Cañizo y Paredes de Nava, pero tamién debe mirar un poquito por el hombre. También, claro, que se impulse aún más la transformación de los productos del campo y que se incentiven los nacimientos. Nadie, en estas circunstancias económicas, quiere tener más de un hijo, dos como mucho, por familia, lo que nos llevará a que el invierno se adelante, cuando esas calles serán sólo olvido y silencio, cuando no se oirá a los niños jugar y, triste final, dejarán hasta los gorriones de visitar a los pueblos. Dice Abel Hernández en su último libro, "El canto del cuco", que cuando va a visitar su pueblo abandonado, Sarnago, en la sierra de la Alcarama de Soria, descubre que no hay gorriones, que también se han ido, que los pájaros no tienen nada que hacer donde no habita el hombre.

Ni hombres ni niños ni pájaros. Muchos pueblos, de los más de 2200 de Castilla y León ya no tienen solución, ya tienen un invierno eterno encima, pero muchos aún tienen arreglo. Apostamos por ellos y les pedimos a los poderes públicos que muevan Roma con Santiago para equilibrar el futuro. Hoy quiero ser optimista.

Fotografía de La Alberca (Rosa Gómez)

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