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El horror implícito
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El horror implícito

Actualizado 15/11/2015
Aran Blanche

Normalmente, ver una película de terror significa enfrentarnos a escenas explícitas, sangrientas o no, estamos acostumbrados a que todo se muestre. Hasta tal punto hemos llegado que ya ni siquiera nos impactan las noticias más escabrosas que aparecen en los medios. Como si de una lobotomía generalizada se tratase, hemos sido inmunizados ante el horror y cada vez a edades más tempranas.

Sin embargo y aunque parezca contradictorio, lo que realmente nos asusta es lo que no se muestra, lo que la mente intuye pero no ve, es decir, el sentido implícito de los hechos.

El cine es sin duda un ejemplo perfecto para ilustrar esta reflexión. Una de las películas más impactantes de la historia, debido especialmente a ese horror implícito que estamos tratando, es una de las obras más conocidas del director alemán Fritz Lang. M, el vampiro de Düsseldorf (M, Fritz Lang, 1931), nos sumerge en el universo de un asesino de niños.

El horror implícito | Imagen 1

Elsie Beckmann, una niña que vuelve a casa después del colegio jugando con su pelota, es interrumpida por el asesino, quien aparece en escena como una sombra amenazadora ante un cartel que ofrece una suculenta recompensa por su captura. Amablemente, este le pregunta su nombre a la pequeña. La tensión se va incrementando mediante la intercalación de planos de la madre mientras prepara la comida y se preocupa porque su hija tarda demasiado en llegar. Mientras tanto, el asesino le compra un globo a la niña, pero seguimos sin verle el rostro, nos lo muestran de espaldas y silbando un fragmento de Peer Gynt, anticipando así el macabro final. El tiempo pasa y la madre comienza a llamar desesperadamente a su hija, mientras van apareciendo diversas imágenes de fondo: la escalera, una habitación, la mesa puesta? pero todo vacío. De repente, vemos el balón de la pequeña en un césped, moviéndose lentamente hasta detenerse por completo. A continuación, el globo asciende y se engancha en el cableado de la luz en su camino hacia el cielo.

Con esta magnífica sucesión de planos, el maestro Fritz Lang consigue transmitirnos el horror más puro que podamos sentir, el relato de un crimen de principio a fin que todos hemos imaginado a la perfección, sin un atisbo de explicitud en el recorrido visual.

El director juega además con un miedo humano muy ancestral, el temor ante lo desconocido, incrementado por el hecho de no mostrar la cara del asesino y unido a la inocencia que refleja la niña.

Sin duda, una lección que debería hacernos pensar si no es hora ya de separar la imperceptible frontera entre el terror y el morbo que hoy en día domina nuestras vidas. Quizá entonces, y solo quizá, volveríamos a impresionarnos y a sentirnos más? humanos.

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