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Alumnos tocapelotas
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Alumnos tocapelotas

Actualizado 15/11/2015
Paco Blanco Prieto

El grupúsculo de alumnos tocapelotas es caprichoso, prepotente, provocador y, en ocasiones, mentiroso, hasta el punto de negar lo evidente con un cinismo que espanta.

Ya comenzado el curso, es buen momento para reflexionar sobre una pequeña subespecie de la raza humana, perteneciente a la fauna estudiantil, que de nuevo ocupará los pupitres escolares este año, creyéndose descendiente de la pata del Cid y con patente de corso para hacer cuanto se le antoje, aunque carezca de su derecho para hacerlo.

Se habla mucho de los profesores, menos de los alumnos normales, poco de los padres y casi nada de los alumnos tocapelotas, especie que ha proliferado en las aulas como hongos en otoño durante los últimos años, amparada por los padres, silenciada por los compañeros y desconocida por la sociedad, que nada sabe de lo que presume ser experta.

Los alumnos tocapelotas no son gandules de oficio ni carecen de talento, no. Lo malo de ellos es que dedican su inteligencia a buscar fórmulas que perturben la buena marcha de la clase, criticando a los profesores, hagan estos lo que hagan. Si les piden respeto al turno de palabra en las intervenciones, inculparán a los profesores de manipular las intervenciones. Si interrumpen su discurso a la media hora de haberlo comenzado, les denunciará por coartar su libertad de expresión, pero les exigirá que corten a los demás cuando ellos quieran intervenir. Si harto de soportar sus interrupciones les piden que les dejen hacer tu trabajo, le acusarán de no hacerles caso. Si son tolerante con ellos, acabarán sentándose en tu mesa; pero si les exigen el cumplimiento de las normas, lo motejarán de dictador. Así es. Con los tocapelotas no hay posibilidad de diálogo ni de encuentro, porque están en permanente estado de rebeldía patológica, buscando continuamente la confrontación y el enfrentamiento, porque se consideran siempre en posesión de la verdad absoluta.

Son caprichosos, prepotentes, provocadores y, en ocasiones, mentirosos, muy mentirosos. Hasta el punto de negar lo evidente con un cinismo que espanta. Si el profesor de turno los ve hablar y molestar mientras está explicando y les pide silencio, será acusado de tenerle manía manía y jurará por la gloria de su padre que no estaban haciendo nada.

Con frecuencia, llevan gomina, cabeza erguida y pecho fuera para mostrar añejos valores machistas. Alardean de lo que dicen y de lo que callan; de lo que hacen, no hacen y podrían hacer; de lo que construyen y destruyen; de lo que ligan y desligan; de lo que beben y mean; de lo que comen y vomitan. De todo.

Seguidores compulsivos de la novela de Dumas, han hecho del lema mosqueterino su bandera y van unidos en pandilla, crispando la convivencia interna del centro, sin que nadie pueda expulsarlos a cinturazos como hizo Jesús con los mercaderes del templo. Finalmente, es bueno advertir que sufren frecuentes desconexiones neuronales que provocan súbitas pérdidas del más común de los sentidos, cuyos efectos sufre toda la comunidad educativa.

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