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Los lenguajes del silencio
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Los lenguajes del silencio

Actualizado 14/11/2015
Rafael Muñoz

Existe un alfabeto del silencio, pero no nos han enseñado a deletrearlo. Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable.

Roberto Juarroz

Los hechos son sonoros pero entre ellos hay un susurro. Es el susurro lo que me impresiona.

Clarice Lispector

El susurro alienta la búsqueda de nuevos caminos, de maneras más sensibles para mediar poesía. Va de cuerpo a cuerpo, como toda iniciación, de imaginario a imaginario como si se tratara de otro lenguaje de sabiduría inigualable y no ajeno a la perplejidad. Inaugura una especie de viaje que va de la voz del mediador al oído del susurrado: de misterio a misterio.

Mirta Colángelo

Asegúrate de haber agotado todo lo que se comunica desde la inmovilidad y el silencio

Proust citado en Histoire(s) du cinema de Jean-Luc Godard

El silencio no es sólo una cierta modalidad del sonido; es, antes que nada, una cierta modalidad del significado

David Le Breton

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Fotografía: Victorino García Calderón

Me gusta la segunda acepción que propone el Diccionario de RAE para definir el silencio: Falta de ruido. Y me gusta también cómo para reforzar su comprensión ejemplifica del siguiente modo: El silencio de los bosques, del claustro, de la noche. No habla, como pudiera pensarse, de la falta de sonido, sino de afinar la escucha y provocar otra suerte comunicación.

En estos días de verborragia y cháchara ingobernables, donde solo se escuchan (¿oyen?) palabras con afán totalizador, que aniquilan toda posibilidad de encontrase con aquellas otras que nos acojan, vuelvo mi dolorida capacidad de escucha hacia ese silencio activo y hospitalario, buscando de nuevo para ustedes el rastro sonoro de los textos de Cecilia Bajour, en su libro Oír entre líneas.

La autora comienza preguntándose, en un texto donde reflexiona sobre la voz y el silencio, ¿cómo se tejerá el contrapunto entre voz y silencio en el acto de narrar a otros?

E inicia sus respuestas a partir de las aproximaciones del antropólogo David Le Breton en su libro El silencio, (citado en otras ocasiones en esta sección y del que hablaremos más extensamente en otro momento), estableciendo la imposibilidad de que la palabra surja sin la presencia del silencio, al igual que en sentido inverso, y cómo resultaría necesario fijar la atención sobre el diálogo que fluye entre la una y el otro.

Llama la atención la autora sobre dos afirmaciones que me parece importante destacar; la primera sería que entender el silencio como algo deshabitado lleva a afincar a la palabra con el ruido, y la otra, muy habitual entre nosotros, como el temor al silencio tiene que ver con el miedo a detenernos para escuchar las palabras pronunciadas o las que llevamos dentro.

Atender y cuidar amorosamente esa voz del silencio que forma parte de nuestra interioridad y la de los otros con quienes dialogamos es una manera de tender puentes con lo dicen y lo que callan nuestros interlocutores, escuchadores que leen los textos en la partitura de nuestra palabra, precisa con brillantez la especialista y profesora argentina.

Su reflexión está muy vinculada a sus intereses y experiencias con la narración oral, pero nos propone tres posibles 'acercamientos', sin descartar otros silencios que también tienen su morada en los textos.

El tratamiento que recibe el narratario (el "tú" al que se dirige el texto) con una interesante derivada hacia las formas de presentar lo visible y lo oculto en algunas narraciones, es su primera propuesta, para hablarnos posteriormente sobre la construcción de "lo no dicho" en los libro-álbumes, desde la relación entre imagen y palabra (tema en el que me consta que está trabajando ahora), y tratar en último lugar, el peso e importancia de la lectura poética para 'ejercitarse' en la comprensión del silencio de los textos.

Esta referencia a la poesía, a su lectura para nutrir de silencio a la escritura narrativa, me lleva a La poética del [Img #477688]espacio, de Gaston Bachelard, que en su indescriptible capítulo Casa y Universo nos referencia al diálogo callado que establecemos con los objetos familiares que nos habitan:

En cuanto se introduce un fulgor de conciencia en el gesto maquinal, en cuanto se hace fenomenología lustrando un mueble viejo, se sienten nacer, bajo la dulce rutina doméstica, impresiones nuevas. La conciencia lo rejuvenece todo. Da a los actos más familiares un valor de iniciación. Domina la memoria. [?] Los objetos así mimados nacen verdaderamente de una luz íntima: ascienden a un nivel de realidad más elevado que los objetos indiferentes, que los objetos definidos por la realidad geométrica. Propagan una nueva realidad de ser. Ocupan no sólo su lugar en un orden, sino que comulgan con ese orden. De un objeto a otro, en el cuarto, los cuidados caseros tejen lazos que unen un pasado muy antiguo con el día nuevo.

Y no puedo evitar, ni quiero hacerlo, la vinculación que estas palabras me suscitan con una poeta que nos visitó hace poco en La Querida y Letras Corsarias, que explicita con gran belleza poética a esa falsa 'mudez' cuando, por ejemplo, en sus versos nos habla de los fósforos:

Su luz dura solo un par de segundos. Lo suficiente para iluminar la primavera minúscula de la cena

Provocando también la conversación con los objetos callados, mediante el ofrecimiento generoso del lenguaje secreto que María José Ferrada aprendió a conjugar gracias a su abuela:

Mi abuela hacía pequeñas camas de tierra para alojar la luz.

Tazas, potes vacíos de yogurt, ollas viejas y dedales,

de los que brotaban todo tipo las plantas.

Y aventurando algo más, en ese afán por no perder estos, tan sutiles como vitales, lenguajes del silencio, me atrevo a conjeturar que quizá un concierto de música clásica sea un ejemplo preclaro de cómo se conforman estos silencios del habla: piensen por un momento en esas mínimas pausas existentes entre la ejecución de los movimientos que componen una obra, pudiera pensarse que tienen como principal objetivo permitir nuestros carraspeos o toses, pero si nos decidimos a escuchar, comprobaremos que están plagadas de imperceptibles sonidos, de las reverberaciones comunicativas que provoca el lenguaje musical.

Algún autor ha querido ponerlo en evidencia de forma enérgica y radical, para quizá recordarnos esa susurrante voz del silencio que ya casi no percibimos:

Rafael Muñoz

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