Del término latín soliditas, que hace referencia a una realidad homogénea, entera y unida, donde los elementos que conforman ese todo, son de la misma naturaleza.
Una naturaleza que es la que nos engloba, la que nos incluye en las causas y en las consecuencias comunes, naturaleza por la igualdad, por la justicia que debe ser reciproca y horizontal, sin escalones, ni peldaños que nos hagan diferentes ni superiores, por la que compartimos y con la que afrontamos.
Cuantas frases, prólogos y epílogos se han escrito y escribirán, haciendo loas, reflexiones y profundos pensamientos en torno a ella. En muchos casos en discursos vacíos, autocomplacientes, benevolentes y desinteresados.
Ella es ese valor humano por excelencia, que nos une o nos debiera unir, por el que afrontamos en conjunto los conflictos, los problemas y las situaciones más complicadas.
En el que justificamos el apoyo global ante las adversidades. Ese valor social y personal, por el que defendemos lo que no es nuestro propio, si no nuestro por compartido.
El ejercicio solidario como un acto de bien social, común y colectivo con los demás y para los demás.
Usada, gastada y exprimida en contextos políticos, religiosos, jurídicos, militares y que ahora, cuando nuestra sociedad y nuestro contexto más cercano, nuestro día a día, más la necesita, más devaluado y menospreciado está su significado, menos se lleva a cabo y menos parece que interesa.
Cuando parece que ha perdido valor, cuando parece que se queda vacía en el aire de los discursos populistas, ambiguos y demagógicos, cuando nadie mira hacia ella salvo para pedir y exigir y no para dar o compartir.
Pero creemos en ella, la ponemos en práctica, la defendemos, la usamos como ejemplo de unidad y la llevamos a efecto.
Sintiendo el problema y el conflicto ajeno como propio, defendiendo los intereses individuales como colectivos, aprovechando al grupo como referencia de fuerza y empuje.
Solidaridad que debe ir acompañada y ser sinónimo de responsabilidad, de compromiso, de justicia, de igualdad y de comunidad. Sin esperar contraprestación, sin precio ni espera, sin moneda de cambio que justifique su sentimiento ni su intensidad.
Solidaridad en la que debemos crecer, educar, vivir y por la que debemos conformar nuestra forma de actuar cada día.
Solidaridad que se esconde detrás de una mirada, de un gesto, de una palabra, de un lamento y de una necesidad.
Que, con simplemente escuchar, surge de lo más profundo, de lo más sincero, de lo más cercano, en beneficio de los demás.