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Democracia y realidad frente a demagogia...
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Democracia y realidad frente a demagogia...

Actualizado 11/11/2015
Miguel Mayoral

Las dificultades que atraviesa la clase política y la economía, agudizan los problemas, la conflictividad social y la política. Es evidente, la existencia de un desencanto que, poco a poco, se apodera de millones de ciudadanos, al no ver satisfechas sus expectativas en los programas de los dirigentes y partidos políticos.

[Img #476062]El voto de castigo o la abstención, en tanto que reflejo del fracaso de los programas, podría ser la tónica en los próximos comicios. No sería más que la constatación de la incapacidad de la política para llenar un espacio que se ha ido quedando vacío a medida que las promesas no eran seguidas por los hechos, y no se han dado las soluciones adecuadas a los grandes problemas sociales y económicos, mientras se ha repetido hasta el aburrimiento frases como: "se ha tocado fondo en la crisis, los signos de mejora son evidentes, el paro empieza a descender..." Que podrán ser verdaderas pero que al ciudadano de a pie no le llegan cuando ve que tiene que poner un plato a la hora de comer en la mesa.

Excluida la protesta violenta, constatados los nulos resultados de las sucesivas huelgas y manifestaciones ? al menos por el momento-, la única salida es la protesta democrática, la cual, en ciertos casos, puede inducir al votante hacia posiciones extremistas, que a través de ciertos valores, que incluyen los sentimientos más profundos que ligan al hombre con su tierra, quieren acaparar a Estado, incluso, con la ruptura de las reglas democráticas, ante la cristalización de una serie de sentimientos difusos que se concretan en la intolerancia hacia el que no piensa ni es como uno.

Los partidos o nacionalismos extremistas o demagógicos se dicen los únicos defensores de su patria, su cultura y de los parados, y justifican su existencia su existencia por la incapacidad de la clase política ? de la que se excluyen -, para defender sus intereses autonómicos o regionales frente a los demás que no son como ellos. Tras esa falacia, falta de contenido político, se oculta el apetito de poder de aquellos que no conciben más discurso político que el suyo , que se basa en la verdad-mentira, bondad-maldad, patriotas-traidores, y hace imposible toda discusión porque no se puede discutir lo absoluto.

Difícilmente se puede ocultar la vacuidad de su discurso ante el eterno descrédito lanzado sobre el enemigo, porque los partidos políticos y nacionalismos demagógicos o extremistas no conocen opositores ni contrincantes, sino únicamente enemigos que se proponen destruir por el bien de todos.

Si los extremismos y nacionalismos están volviendo a levantar cabeza es debido, en parte, a que la democracia y los partidos que la encarnan no son capaces de hacer frente a los retos del presente con un lenguaje y una praxis que se identifique con las preocupaciones de los ciudadanos.

Herman Heller, escribiendo sobre el fascismo de los años 20, afirmaba: "Cuanto más débiles sean los contenidos comunes que unan a gobernantes y gobernados, tanto más fuerte será el sentimiento de ausencia de libertad y desigualdad". En estas circunstancias nada más fácil para los extremismos y nacionalismos presentes, a través, de un lenguaje demagógico y acusador, como salvadores de los valores eternos. Sólo la debilidad, fruto de la desorientación de la clase política ? donde prima el trueque ante la capacidad y la inteligencia -, da lugar a que honorables, presidentes, duendes y geniecillos, con pelillos a la mar o no, se presenten como salvadores. Se da así un discurso, en ocasiones, intolerable que encuentra eco en aquellos que se siente abandonados por la sociedad. La democracia, en su vocación por ser la vertiente política de una sociedad abierta, ha tendido los últimos lustros a deslizarse desde la aceptación de todos a la indiferencia de todos, y en una época de crisis, económica y de valores, como la que se ha ido adueñando de Europa, y por paralelismo de España, la lucha por mantenerse en el poder ha degenerado en un sálvese quién pueda.

Dada la experiencia vivida en este último siglo, no se puede negar que se empiezan a reunirse los ingredientes para el renacimiento de los extremismos y los nacionalismos.

Las fuerzas democráticas no demostraron después de la I Guerra Mundial, la suficiente presencia de espíritu para sobreponer los intereses democráticos por encima de los partidistas, y al final estuvieron a punto de perder la democracia y su propia existencia. Ejemplo a reflexionar en lo que nos toca.

No debe tolerarse que la intolerancia se adueñe de la política española y europea, y para evitarlo no hay otra solución que la de anteponer los intereses de la sociedad, de la mayoría, y reconstruir un discurso político basado en la realidad, no en demagógicas afirmaciones, promesas, controversias históricas, y tranquilizadoras descripciones de un futuro radiante en el que nadie puede creer desde la perspectiva actual. La democracia en toda Europa está atacada por la indiferencia, y cuando ésta se desprecia como insignificante, es que el lenguaje democrático está siendo una vez más superado por la demagogia. La democracia es, en período de crisis, decir la verdad ante todo. No se puede pretender que somaticemos problemas que no son, ni que interioricemos los errores de los políticos. El ciudadano español, realmente demócrata, comprenderá y agradecerá que se le diga la verdad, y además con rapidez.

Lo contrario es practicar la demagogia, que es el lenguaje de los extremismos o totalitarismos, en castellano viejo el lenguaje de los necios.

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