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Política y economía
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Política y economía

Actualizado 09/11/2015
Francisco López Celador

Hay una teoría bastante extendida que sostiene el poco peso que representa la propaganda que manejan los diferentes partidos políticos durante las campañas electorales, a la hora de rentabilizar los votos alcanzados por esa vía. Y hay quien va más allá y asegura que los nada despreciables fondos que se emplean tendrían más rentabilidad en fines sociales porque, quien decide modificar su voto, nunca lo hace como consecuencia de haber abierto sus ojos en un mitin o un debate televisivo. Se sobreentiende que el proceso es más meditado y que, por regla general, obedece casi siempre a razones de índole económica. Conforme se afianza en un país el sentimiento democrático, las personas comienzan a ejercer su derecho al voto pensando más en la cartera que en los ideales. Sí, ya sé que esto es muy prosaico, pero tiene bastante de realidad. De hecho, si no fuera así, la alternancia en el poder sería mínima. A pesar de ello, ningún partido que se precie renunciaría a esos espacios, gratuitos o no, porque siempre le queda la ilusión de convencer a más de un despistado de última hora.

[Img #474710]Salvo en aquellos gobiernos deficitarios en democracia, donde los derechos humanos y las libertades dejan mucho que desear, cualquier medida política que se adopte siempre tendrá un claro componente económico. Todos los problemas derivados de la sanidad, la educación, infraestructuras, pensiones, seguro de desempleo, y cuanto pueda redundar en mejorar el bienestar social de la población, necesita la única varita mágica conocida hasta hoy: fondos suficientes para ser empleados con generosidad en cada uno de los capítulos. Claro está que lo que diferencia a los distintos partidos políticos es la forma de hacerse con esos fondos. Aunque a estas alturas ya está todo inventado, se puede llegar a la meta por muchos caminos. La marcha de la economía estatal, bien es verdad que a otra escala, tiene algo que ver con la economía doméstica. Todos conocemos hogares en los que entran los mismos ingresos y, sin embrago, al final del ejercicio, unos lo hacen con cierta holgura, mientras otros sencillamente no llegan a ese final si nos es a base de deudas y créditos. La razón hay que buscarla en la falta de organización, la ausencia de unas prioridades o la costumbre de gastar más de lo que se ingresa.

Planteado este comentario bajo el único prisma económico, se corre el riesgo de ser parcial en las apreciaciones, porque la política debe acompañarse siempre de un toque de honradez, otro de seriedad, un mucho de sinceridad, aliñado todo con el compromiso de servicio a los demás. Todas estas cualidades que deberían adornar al buen político, siempre darán lugar a un programa justo y eficaz. Si además sirve para mejorar las condiciones de bienestar de la población, elevando el nivel de vida, miel sobre hojuelas. El problema se plantea cuando no se quieren admitir los logros del adversario político. El elector inteligente es aquel capaz de dar su voto a quien demuestre ser más hábil a la hora de resolver los problemas, por una simple comparación con lo logrado por el partido propio. ¿O es que existe alguien tan masoquista como para renunciar al bienestar, porque quien se lo ofrece no es "de los suyos"? Hasta ahora, la experiencia que existe en esta etapa de democracia española es monocorde. La situación siempre fue la misma: período de gobierno socialista que termina con claros agobios económicos, seguido de gobierno popular encargado de enderezar la situación con no pocos sacrificios. Efectivamente es muy duro tener que admitirlo, y más difícil todavía si estamos hablando de un partido fraccionado en tantos criterios como autonomías existen. Con algo tan claro como el problema secesionista catalán, estamos asistiendo a declaraciones claramente contrapuestas, algunas expresadas por pesos pesados del socialismo reciente. Me gustaría equivocarme, pero, antes de que acabe la campaña electoral ?o al final de la misma, si se cumplen los vaticinios- asistiremos al cisma del partido que llegó gobernar en España, y que, él solito, cavó su tumba. Antes de que alguien me lo recuerde, seré yo quien aborde el tema. Efectivamente, la corrupción. Eso de "Y tú más" se lo dejo para los políticos, pero el partido político que esté en condiciones de asegurar que allí donde gobernó no existió corrupción, que tire la primera piedra ?pero, por favor, que previamente se ponga el casco-. Habrá que dejar a la Justicia que siga con su misión para que los responsables respondan de sus actos y, sobre todo, restituyan lo que nos arrebataron a los demás. Como no me duelen prendas, debo reconocer que uno de los méritos que adornan a los corruptos ha sido la habilidad demostrada a la hora de elegir sus médicos de cabecera: a todos les han aplicado tratamientos tan eficaces que ninguno ha "devuelto" nada.

Efectivamente, en política no todo es economía ?aunque lo parezca- La formalidad y el sentido común deben prevalecer sobre las consignas de partido. Hay valores como la unidad y la integridad de España, la lucha contra el terrorismo o el cumplimiento de las leyes, que bien merecen el compromiso sin fisuras de cualquier partido que se precie. Decir "si?pero" es ponerse a la altura de quien no es dueño de sus decisiones. Pero esa conducta siempre ha castigado a los débiles, a los indecisos y a los que se declaran partidarios de alcanzar el poder sin importarles los medios empleados.

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