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El poste universitario
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El poste universitario

Actualizado 08/11/2015
Paco Blanco Prieto

Era el "poste" lugar de consulta de alumnos a profesores en el Renacimiento salmantino.

Durante el Renacimiento universitario salmantino los alumnos no estaban autorizados a interrumpir las lecturas del profesor, ni podían interferir las explicaciones magistrales que daban los catedráticos de propiedad en relación con los textos leídos, teniendo los profesores la obligación de atender a los alumnos al concluir la clase, con el fin de aclararles las dudas que tuvieran.

Esto se hacía fuera del aula, en el "poste" que había en el patio del claustro, estando exentos de pasar por él los regentes encargados de las prácticas y los catedráticos menores. Si la cátedra era de prima, cuyas clases tenían lugar a primera hora de la mañana con una duración de hora y media, estaban obligados a pasar por el poste al final de la mañana; pero si la cátedra era de vísperas, la visita al poste debían hacerla a media tarde.

Mientras esperaban ser llamados a consulta, los estudiantes entretenían el tiempo paseando por el recinto universitario, curioseando libros en la librería que estaba abierta toda la jornada salvo a la hora de comer, o manteniendo amenas y espontáneas tertulias en el claustro, hasta formar la cola de espera.

La mayoría de profesores aceptaban con gusto responder a las preguntas de los alumnos, aunque a veces estas no fueran fáciles de contestar, como le sucedió a fray Luis de León cuando al terminar su lección magistral esperaba las preguntas y un joven le planteó una cuestión relacionada con la naturaleza de Cristo, para la que no tuvo una respuesta plenamente satisfactoria.

En cambio, algunos maestros no estaban muy conformes con la obligación de atender a los alumnos en el poste, porque a veces se formaban unas largas colas de estudiantes con similares preguntas, cuyas respuestas eran repetidas numerosas veces por el profesor, consumiendo en ello más tiempo del necesario, si la respuesta hubiera sido oída a la vez por todos los demandantes.

Tampoco aceptaban los profesores con agrado el control establecido en la librería para obtener prestados ciertos libros de singular interés, pues debían solicitar formalmente un permiso para acceder a ellos con el fin de evitar la pérdida de valiosos manuscritos y distracciones de los profesores menos atentos con el patrimonio bibliográfico del Estudio, mientras las librerías conventuales se nutrían con los libros aportados por los estudiantes, procedentes de la librería universitaria.

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