Esta frase nos resulta demasiado familiar a los que tenemos hijos en Educación Primaria. Hace unos años, la respuesta era única y estándar en todas las familias: "Menos quejarse y más estudiar". Es más, si un abuelo la escuchaba, rápido saltaban las reminiscencias del pasado: "Claro, no iban a ser sólo derechos, también hay que tener obligaciones"?
El problema es que en la actualidad, y para la mayoría de los que somos padres, las tareas de los hijos se han convertido también en una obligación para nosotros. Desconozco si por descoordinación entre los profesores, si por exceso de celo en esa competición por los certificados de calidad que tienen los centros o si porque quieren que salgan del colegio con las oposiciones a notario estudiadas y casi aprobadas, el caso es que hay una saturación de tareas para casa y de pruebas (lo que toda la vida se ha llamado exámenes), que no hay niño ni padres que las aguanten.
El esperpento puede llegar hasta el absurdo: "Papá, me han puesto un 7 en el trabajo que me hiciste", comenta el niño al llegar a casa. "¡Cómo es posible, si me quedé haciéndolo hasta las dos de la mañana, voy a ir a hablar con el profesor!"? Y claro, las conversaciones a la puerta del colegio también han pasado de presumir de las proezas del hijo listo que todos tenemos, a lo mal que se nos siguen dando los trabajos manuales y la manía que también a nosotros nos tiene el profesor?
El caso es que desde el informe PISA, ése que siempre deja tan mal a la educación española en comparación con Europa, hasta los estudios más sesudos lo dejan claro: los niños necesitan tiempo para jugar, para desarrollar sus potencialidades, para motivarse y para relacionarse? así que sobran tantas tareas escolares para casa (no digo que todas), tener varios exámenes el mismo día o los trabajos en grupo para hacer en casa?
En el mundo de las inteligencias múltiples, del trabajo de las emociones y del estudio corporativo, lo de hincar los codos y tener buena memoria sólo sirve para ganar algún concurso en la tele, porque en la mayoría, cuanto más zote y friki se sea, más posibilidades de éxito y de ganar dinero...
En la vida real hay que ser práctico y, sobre todo, saber trabajar en equipo, ser resolutivo y hablar idiomas. Por eso, el consuelo y la esperanza es saber que aún hay profesores que siguen sabiendo motivar a los alumnos, que saben hacerlos sentir importantes por igual, que potencian sus virtudes y que convierten cada día de clase en una fiesta para que se queden con ganas de repetir y siempre quieran aprender. Son una excepción en medio de tanta programación que cumplir porque viven con pasión la enseñanza y por eso la recompensa es que son los que mejores recuerdos dejan en los alumnos y con quienes más aprenden.
Palabra de sufrido padre, pero hace falta que cunda el ejemplo.
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