De Cantalapiedra a Salamanca

Salamanca está a unos cincuenta kilómetros de Cantalapiedra. La semana pasada una familia amiga me invitó a pasar el día y mostrarme Cantalapiedra, sus riquezas arquitectónicas, su paisaje, su historia, su presente. Con gran generosidad y simpatía mis amigos fueron tan eficaces guías del recorrido que no solo pude conocer Cantalapiedra a fondo, sino tener la experiencia de mirar hacia Salamanca desde este pueblo y comprobar que vista desde allí, Cantalapiedra está a doscientos años por delante de Salamanca. Sí, han leído bien, no por detrás, sino por delante.

No puedo concebir la vida de la humanidad dentro de doscientos años, si no es muy similar a como la vi hace una semana en Cantalapiedra. No existe término medio: o la especie humana desaparece, o el modo de vida será muy distinto al despilfarrador modo de vida de nuestras ciudades.

Cantalapiedra, como supongo que otros pueblos españoles y de fuera de nuestras fronteras, nos da los ejemplos precisos por donde necesariamente debe ir nuestro modo de vida, si queremos subsistir:

Los actuales habitantes de Cantalapiedra valoran y conservan su riqueza artística, como lo hacen con su propia casa o herencia: cuadros, esculturas, tradiciones, templos?están cuidados, restaurados, mantenidos, con toda atención y cariño. La misma actitud tienen con la naturaleza que les rodea: cada árbol plantado es identificado por el que lo plantó, los jubilados los riegan, los poda, nunca se olvidan de ellos, ni en los fríos inviernos ni en los veranos abrasadores. Y la misma actitud responsable y respetuosa tienen con su propia historia: una maqueta de una Cantalapiedra del siglo XVI les sirve de base para explicar la heroica lucha de sus habitantes, partidarios de la causa comunera, con las tropas imperiales. Cuando explican al visitante cómo las tropas de Carlos V destruyeron las torres y murallas en castigo por su enfrentamiento, lo hacen con el sentimiento aprendido para siempre de que en las batallas de la vida se ha de evaluar bien con quién te enfrentas; las experiencias del pasado tienen que servir para el presente.

No solo los de Cantalapiedra cuidan su pasado cuidando su bagaje histórico y artístico, sino también cuidan su presente, su salud, su bienestar: unas excelentes piscinas para el verano, un polideportivo para frontón y otros deportes necesarios para los jóvenes, bicicletas para andar los caminos castellanos, un teatro para avivar el pensamiento y divertirse, un mercado semanal para poder comprar productos de toda la comarca; es decir Cantalapiedra tiene en el presente lo necesario para una vida digna de todos sus habitantes; eso sí, sin derroches, sin obras innecesarias, sin que el dinero público se vaya por tuberías hacia manos privadas. Por ejemplo, hay que restaurar el coro de la Ermita, los jubilados voluntariamente se ponen a la tarea y la dejan perfecta. Hay que restaurar los cuadros, unos más valiosos que otros, y la restauradora del lugar hace la tarea con generosidad y gusto. Cuantos menos intermediarios, mejor.

Va a hacer ya casi un siglo que mi padre salió de Cantalapiedra, camino de Salamanca; había terminado su infancia y era hora de trabajar en la ciudad. No le fue mal en la capital pero si, por algún motivo, hubiera tomado la decisión de quedarse en su pueblo natal, estoy seguro de que tampoco le hubiera ido nada mal.

Cantalapiedra o el sentido común de un pueblo bien orientado.