?también evidencia nuestra propia inhumanidad, nuestra indiferencia ante la desgracia de nuestros iguales y nuestro absoluto desconocimiento de una realidad que está mucho más cerca y es mucho más tangible de lo que pensamos.
Autor: Jorge Valle Álvarez. Activista de Amnistía Internacional
A algunos ya se les habrá olvidado su nombre. E incluso es posible que hayan olvidado también su pequeño cuerpo inerte bañado por las olas, el rojo mojado de su camiseta, la inocencia de su mirada apagada frente a la arena. Es decir, el horror en su más pura y denigrante forma de expresión. Se llamaba Aylan, tenía tres años, y viajaba en un bote con destino Grecia junto a su madre y su hermano mayor de cinco años, que también pasaron a engrosar ese cementerio de vergüenzas en el que se ha convertido el Mediterráneo. Huían de otro horror: la guerra civil que arrasa Siria, epicentro de la mayor crisis de refugiados que asola a la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial.
La memoria del ser humano es volátil y tiende a arrinconar todo aquello que atenta contra su dignidad, sus valores o su felicidad. La instantánea de Aylan en la playa turca de Bordum es todo un ataque a la decencia de Europa, la misma que presume de haber sido la cuna de la democracia, la libertad, la igualdad, la fraternidad, el desarrollo y la modernización, y por eso muchos han preferido obviarla y hacer como que nada ocurrió. Sus vidas no se han visto alteradas en lo más mínimo por la muerte de un niño kurdo. Tal vez, como mucho, se hayan sentido incómodas durante unos pocos segundos por la crueldad y el poco decoro de la imagen.
Pero Aylan merece ser recordado como un símbolo de doble significado: por un lado, es una muestra de la inhumanidad que desprende toda guerra, de la destrucción, la muerte y el caos que genera todo conflicto bélico y que afectan sobre todo a los colectivos más débiles. Pero por otro lado, también evidencia nuestra propia inhumanidad, nuestra indiferencia ante la desgracia de nuestros iguales y nuestro absoluto desconocimiento de una realidad que está mucho más cerca y es mucho más tangible de lo que pensamos. No podemos permitir que esa fotografía vuelva a repetirse. Lo exigen los Derechos Humanos, aquellos que poseemos solo por el mero hecho de ser humanos ?algo que parece obvio pero que conviene recordar de vez en cuando para que la memoria no vuelva a hacer de las suyas- pero también nuestra empatía y nuestro propio sentido de la solidaridad. La historia de Aylan, cabeza visible de una enorme y creciente masa de refugiados que lo arriesgan todo para arribar a la costa europea porque no tienen ya nada que perder, rebosa tristeza y amargura. No puede caer en el olvido. Que por lo menos sirva para remover conciencias.
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