Cataluña sigue siendo España

Con el artículo de esta semana ya casi en la "sala de máquinas", estalla con fuerza el tema de la pretendida independencia de Cataluña y, por su especial trascendencia, bien merece una reflexión.

Lo primero que debo manifestar es que no hace falta ser ningún adivino para llegar a la misma conclusión que llegaba mi abuelo cuando alguno de sus nietos daba con los huesos en el suelo, a pesar de haberlo advertido varias veces: coño, esto se veía venir. Si no se debe vender la piel del oso antes de cazarlo, pero tampoco podrá venderse si no se sale al bosque debidamente pertrechado. Si hay algo que ha estado siempre meridianamente claro ha sido la intención de los gobernantes secesionistas catalanes de agarrarse a cualquier circunstancia, por supuesto fuera de la ley, para dar continuos pasos en la dirección de sus propósitos. Para ello, desde hace décadas, han trazado un complejo plan de acciones, internas y externas, que, basado en una educación sesgada y partidista, en el mantra de que España les ha estado robando, y en el continuo menosprecio de cuantas normas y disposiciones se han dictado desde Madrid, ignorando por completo los derechos de una mayoría de catalanes que desean seguir siendo españoles, todo ello ha creado tal caldo de cultivo en la sociedad que hoy encontramos muchos miles de catalanes convencidos de que, efectivamente, España es la culpable.

Es cierto que en política siempre es mejor apoyarse en el diálogo y el consenso que en la imposición pura y dura; pero claro, cuando una de las partes hace oídos sordos a las normas que valen para los demás y se declara olímpicamente partidaria de no acatar lo que se oponga a su capricho, caben dos opciones: mirar para otro lado ? como se hizo hasta hoy- o aplicar la ley en su justa medida. Es de suponer que en el parlamento catalán queden personas lo suficientemente cultas como para saber que su actitud está fuera de la ley ?aunque para la galería digan lo contrario-.Si a pesar de ello han emprendido una huida hacia adelante de forma tan atrevida, sólo puede obedecer a la creencia de que, como ha sucedido hasta hoy, la jugada les va a salir bien y gratis. Ahora estamos pagando las consecuencias de haber sido demasiado condescendientes y, por qué no decirlo, de haber tenido que hacerles concesiones en el pasado para poder disfrutar de su apoyo. Con cualquier nacionalista ? y más si es catalán- ese apoyo siempre resulta carísimo. Por desgracia, de la costumbre que exhibe la Generalitat a la hora de hacer caso omiso o cuantas recomendaciones se le hacen desde el Gobierno estatal, ya tenemos cumplida constancia en Salamanca.

El problema no ha hecho más que comenzar y, si conocemos bien a Mas y sus directores de escena, no va a resultar tan sencillo que suelten la presa. Nos esperan días muy movidos con declaraciones rayando en el esperpento. Intentarán basarse en una democracia a su medida; repetirán mentiras una y otra vez, tratando de involucrar a personalidades u organismos cuyo oportunismo pueda ser útil a su causa.

Quienes hasta este momento han tenido la responsabilidad de tomarse en serio las amenazas, bravuconadas y desaires de los secesionistas -y no lo han hecho- ya no pueden esconder la cabeza bajo el ala. Hay que actuar ¡y ya! Ha llegado el momento de responder ante la historia, sin mirar de reojo a las encuestas. Los españoles son lo suficientemente inteligentes para saber cuál es la responsabilidad de cada cual. Aquellos partidos políticos que tienen entre sus señas de identidad la unidad de España, la justicia y la igualdad de todos los españoles ante la ley, no van a encontrar otra ocasión mejor que ésta para demostrarlo. Aquí se está del lado de la ley y la razón o se quita uno la máscara del cinismo. Ya no valen las medias tintas ante el incumplimiento de la ley, ni esperar a que acabe sucediendo lo que, un día sí y otro también, se proclama desde todos los foros sin que nadie se lo tome en serio. Ante la gravedad del intento secesionista, es de alabar la actitud de quienes han ofrecido su hombro al Presidente del Gobierno. Pero, ¡cuidado!, sería mucho más grave que ese apoyo no fuera sincero y encendiera una vela a Dios y otra al diablo.

A partir de este momento, deben ser los infractores quienes tengan que rectificar antes de dar el siguiente paso. Afortunadamente, el Estado de Derecho ha podido dotarse de las medidas necesarias para corregir excesos. Y nunca será mal visto el gobernante que haya cumplido con su deber. La experiencia ya nos ha demostrado que la compasión y el "buenismo" no surten efecto ante algunas mentes calenturientas. Sin revanchismo ni prepotencia, pero hay que asumir que más vale pasar a la historia por ser fiel cumplidor del encargo recibido de los ciudadanos que ser tenido por blando y contemporizador. Después de todo, quienes logran incumplir las leyes, acaban jactándose de su osadía. Toda la gente de bien, entre la que está una mayoría de catalanes, estará siempre orgullosa de quienes hayan sido capaces de enderezar una situación que amenazaba la integridad de España. Y, sobre todo, se habrá mostrado el camino a seguir ante otras posibles veleidades.