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Coro de difuntos
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Coro de difuntos

Actualizado 01/11/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

El toro blanco pace por el prado otoñal desde el que se divisa el horizonte. La muchacha que llegó agarrada a su ancho cuello, cabalgando sobre su lomo, dormita sobre la hierba. La bestia contempla impávida lo que sucede a los pies del acantilado. Una multitud de cuerpos flota en el agua, todos hinchados y decolorados. Las olas los van empujando poco a poco hacia la escueta playa de arena, abarrotada de brazos, troncos y extremidades que se balancean al suave ritmo de la resaca.

Lejos de allí, un muchacho yace sobre los brazos de su madre que sublima su desesperación mirando a un punto lejano, inexistente, sometida a fuerzas superiores que le han quitado lo que más quería. Dos mujeres tratan de consolarla con luminosas palabras en lengua purépecha, sin el menor efecto, mientras que un grupo de hombres hace como que se interesan por el caso, con aparente mirada inquisitiva, a pesar de que ya se lo saben todo y nunca lo contarán.

Envuelto en su túnica azafrán un monje de cabeza rapada y ojos rasgados se prepara para salir a las puertas del templo. Lleva en sus manos un frasco con una sustancia apestosa y combustible. Quiere protestar sobre su carne por los abusos imparables de la fuerza entre las altas montañas. Unos policías contemplarán en pocos minutos, con los ojos ardientes de rabia, el gran espectáculo.

Con los dos ojos morados y la piel desfigurada, una mujer se desangra sobre la alfombra persa del salón de su casa. A su lado pende su exmarido, presunto genio de las finanzas, pero incapaz de dominar sus más bajas pasiones. Con añagazas de mal perdedor logró convencerla para que le dejara entrar. El niño llora en su cuna sin que nadie lo atienda.

Sobre una pretendida zona pacífica sobrevuela un avión de pasajeros, que dormitan ante la aburrida película que les han puesto para entretenerlos. Ignoran que un misil tierra-aire, en menos de cinco segundos, impactará contra el fuselaje y esparcirá sus sueños e inquietudes por diez kilómetros de territorio disputado. Desde el centro de control más cercano ya han percibido, incrédulos, que un objeto desconocido lleva una trayectoria incompatible con el paso indiferente de la aeronave.

[Img #469146]En un cubículo de urgencias del hospital clínico un padre con insuficiencia cardiorespiratoria mira con ojos desvalidos a su hijo que le acompaña, muy preocupado. Casi no puede hablar, pero con esfuerzo le dice que no quiere molestar, que no quiere alterar ni los trabajos, ni los descansos de la familia de su único descendiente. Tres días más tarde su corazón cansado dejará de repente de latir.

Orfeo, con su inseparable ukelele, sale a la superficie desde el fondo de la laguna de Tarawa. Se va quitando el traje de buceo, mientras del otro lado el nivel del mar sube de manera lenta pero imparable. Eurídice le seguía en su trayecto subacuático, con brazadas dudosas. Pero antes de acabar de llegar a la orilla olvida la prohibición, echa una mirada atrás para despedirse del inframundo y desaparece para siempre como por ensalmo.

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