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Confidencias
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Confidencias

Actualizado 31/10/2015
Manuel Lamas

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Aquella noche, la mente de Ana no dejaba de cavilar. La efervescencia de las ideas alteraron su sueño y, no fue suficiente la radio bajo su almohada para recuperar la calma.

Saltó de la cama, tomó un folio y, sin más preámbulos, comenzó a escribir. Lo hizo durante largo tiempo; hasta que la aurora, con su débil claridad, penetro por la ventana del dormitorio.

Podía haber esperado unas horas para consignar aquello que tenía que decir. Pero, no hubiera sido lo mismo. Se trataba de ideas que, como fuegos de artificio, eclosionaban sin dejar rastro. Si hubiera esperado, ya no diría lo mismo.

Sentía la necesidad de escribir, simplemente de escribir, sin saber, previamente, el contenido del pronunciamiento. Aunque intuía la naturaleza de las ideas, había que vestirlas con palabras para darles vida y presentarlas de forma recatada ante el lector.

Caminaba a buen ritmo sobre el folio parcialmente escrito. Letras, puntos y comas caían copiosamente fundiéndose en el texto. Cogió el segundo folio, el tercero, llego al octavo y, paró. Ni siquiera leyó lo que había escrito. Transcurrieron algunos segundos hasta que los guardó en el cajón del escritorio.

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Cuatro días después, los recuperó para analizar su contenido. No tardó en advertir las deficiencias. Al escrito le faltaban palabras, le sobraban puntos y comas. También era necesario aderezarlo con alguna duda, a través de interrogaciones; y añadirle afirmaciones donde fuera necesario.

A determinados escritores les ocurre algo parecido. Muchas des sus mejores aportaciones al mundo de la literatura han nacido en noches turbias en las que, el cerebro, activa sus resortes a las horas mas intempestivas. Estas confidencias las he escuchado a varios autores.

Algunos consideran a la escritura un oficio artesanal. Además, se trata de una necesidad que no se puede eludir. Cuando llega el momento, hay que expulsar las ideas para recobrar la calma. Y, aunque se aprenda a escribir, observando minuciosamente las reglas de ortografía y de la gramática, pocos aceptan que, con ese simple ejercicio, alguien pueda convertirse en escritor. Se escribe por que hay algo que decir y porque no se puede evitar. Además, es la forma de limpiar nuestro espacio interior, tan repleto de esas adherencias insustanciales que nos otorga la condición de vivir.

Sin embargo, para engrosar la lista de personajes que nos hacen vibrar con sus palabras, es necesario referir historias con alma; inquietudes, que nos hagan percibir los latidos del corazón de quien nos habla. Toda su grandeza y su miseria son susceptibles de reflejarse en el papel. Solo así nos ganará para su causa.

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Cuando esto ocurre, nos mezclarnos en la trama; nos convertimos en personajes de su ficción y nos creemos con el derecho de alterar el curso de la historia que se narra. Pero, los hilos que mueven la intriga, no están a nuestro alcance. Solo somos espectadores que, desde ámbitos distintos, observamos el mundo virtual donde residen.

Frecuentemente el escritor, se pierde por caminos oscuros. Pero, a veces, juega con los elementos en su mente, hasta convertirlos en obra de arte. En cualquiera de los casos, no desconoce lo complicado que resulta asignar a sus personajes mundos contrapuestos; situaciones semejantes a las que se repiten en la vida real. Como si no tuviera bastante con el dolor que le aporta la tarea de vivir. Lo cierto es que, no podemos imaginar lo imposible. Hasta para crear la ficción, necesitamos apoyarnos en la realidad.

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