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"Yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa"
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Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos han documentado casos de abuso contra mujeres y niñas refugiadas y solicitantes de asilo bajo custodia

"Yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa"

Actualizado 29/10/2015
Redactor: Marcelino García

Resulta, como poco, inquietante la poca voluntad existente para mitigar la situación más vulnerable que en sí ya supone la condición de refugiado. Invisibilidad fruto de un fuerte prejuicio cultural desde un enfoque de género

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Autora: Jessica Oliveira Nascimento. Activista de Amnistía Internacional.

La guerra civil en Siria, iniciada en 2011, ha provocado ya que 11,5 millones de sirios se hayan visto obligados a abandonar sus hogares. El exorbitante número de refugiados se ha encontrado con una Europa bloqueada y enfrentada en la toma de decisiones para paliar esta situación.

Subsumirnos en el ámbito concreto de las refugiadas y solicitantes de asilo desvela un alarmante estado de indefensión. El estudio de Human Right Watch apunta a que muchas de las refugiadas son acosadas sexualmente por "los empleados, propietarios de casas o incluso trabajadores de ONG", a lo que se añaden informes que documentan la violencia sexual que sufren las refugiadas.[Img #463816]

La omnipresencia de la violencia y violencia sexual en conflictos armados nos ha conducido a una sociedad que admite como corrientes estos hechos en tiempo de guerra. Y en este punto, no resulta difícil relacionar esa visión normalizada con la irrelevancia que han proporcionado a esta situación quienes se enfrentan al problema de los refugiados en general.

Rhonda Copelon, profesora de Derecho, ya señalaba que "antes de 1990, la violencia sexual en la guerra era, con raras excepciones, en buena parte invisible". 25 años después y viendo las actuaciones de políticos y medios no parece que la situación haya mejorado mucho más.[Img #463815]

Gran parte del activismo feminista se ha centrado en dar visibilidad a este tema. Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos han documentado casos de abuso contra mujeres y niñas refugiadas y solicitantes de asilo bajo custodia. Señalan cómo las víctimas han sido humilladas y violadas y cómo en algunos casos la situación les ha llevado a intentar suicidarse.

Ante esa situación cabe preguntarse si esas refugiadas, personas que tienen derecho de asilo en condiciones de seguridad, ¿realmente han dejado la guerra atrás y están seguras en un país de acogida?

Dejando a un lado la preocupante actitud de insolidaridad que ha venido demostrando el viejo continente hacia los refugiados en general, donde a parte de la sociedad les parece irrelevante el hecho de que vienen a causa de la opresión de su propio estado, obligados a buscar alguna forma de ponerse a salvo, la repulsiva ignorancia que se exhibe sobre el peligro que corren mujeres y niñas como potenciales víctimas de violencia y acoso sexual hace necesario que nos replanteemos la situación de la mujer en las distintas manifestaciones de desórdenes sociales y principalmente la atención que se le presta en pleno siglo XXI.

Resulta, como poco, inquietante la poca voluntad existente para mitigar la situación más vulnerable que en sí ya supone la condición de refugiado. Invisibilidad fruto de un fuerte prejuicio cultural desde un enfoque de género, lo cual hace que las mujeres se callen y no denuncien los hechos, ante el sentimiento de culpa y vergüenza inculcado por el patriarcado.

Y asimismo aquellas que logran superar esas imposiciones sociales tan interiorizadas, y sobresalir del estado de víctima potencial por su condición de mujer para convertirse en ciudadanas que exigen sus derechos, rara vez logran esa justicia demandada.

Personalmente creo que ayudar a las refugiadas en concreto, cuando la predisposición europea de acoger a refugiados en general ya no es positiva, enraíza en un problema de género de mucho mayor calibre, donde la voluntad política por erradicarlo desde luego no se caracteriza por tomar parte en esa lucha, lo cual enlaza con darle una mínima visibilidad. Y es que no podemos olvidar que estamos ante una violación de derechos humanos normalizada por la sociedad, asumida y al mismo tiempo invisibilizada.

Pero ya lo decía Hannah Arendt, las mujeres son las grandes olvidadas de la historia.

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