Cosas de Macotera
No me lo soñé. Cuando me levanté aquel día y abrí las ventanas, me encontré con la imagen de este corralito. Han tenido que pasar más de cuarenta años desde que yo hice la casa y abría las ventanas a la calle, - eso sí con el correspondiente permiso- hasta que, de la noche a la mañana, me coloquen un corralito ante mis mismas narices. ¿Nocturnidad, alevosía? No llego a tanto, pero el caso es que me desayuno todas las mañanas en compañía del corralito; y si mi mujer sacude la alfombra, se topa, cada mañana, con el corralito; y si miro a ver si llueve, me tropiezo también con el corralito. El corralito se ha convertido en mi amigo inseparable.
Y, ahora en serio, me viene al sentido común: ¿Si yo, por un casual o porque me pete, quiero arreglar el trozo de canalón que da al corralito, o adecentar el trozo de pared que da al corralito o si me veo en la necesidad de ampliar el hueco de las ventanas, que rozan con el corralito, cómo lo hago?
He consultado con el hojalatero, con el albañil y con el herrero, y, hasta el momento, no han hallado el remedio. Y había pensado: quizás, desde el aire, colgando la cesta con el artesano del brazo de una grúa gigante? Pero desconozco qué altura de aire corresponde a la jurisdicción del corralito. Se lo he consultado a los administradores del aire, y hasta el momento, no me han dado respuesta. Todo un dilema, amigo.
Y me pregunta la gente ¿tú supones quién puede haber autorizado o permitido, al menos, construir el corralito? Sinceramente, lo desconozco, porque no hay fotos. Cuando una pareja se casa, sé quién se casa, porque se hacen fotos y me las enseñan; lo mismo pasa, con el torero que corta orejas; con los miembros de una peña; con una entrega de trofeos; con la plaza mayor de Salamanca; o cuando se inaugura una carretera o se anuncia un acontecimiento, pero, ante esta "idea tan genial", no ha habido fotos. ¡Qué pena! Se había velado el negativo.