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Salamanca, “la malquerida”
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LA MOSCA COJONERA

Salamanca, “la malquerida”

Actualizado 27/10/2015
Luis Gutiérrez Barrio

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Era de noche cerrada y el frio de febrero salmantino se hacía notar. Paseaba sin rumbo por la Rúa, cuando sin saber cómo, me topé de repente con la alta mole de la torre de la Catedral. Se mostraba majestuosa, como si fuera el cuello de un enorme dragón cuyo cuerpo fuera el resto del conjunto catedralicio y la cabeza se perdiera en la espesura de la niebla.

Podía escuchar mis pasos al cruzar la Plaza de Anaya, mientras me acercaba al pie de la torre, que aún permanecía erguida, apuntando orgullosa al cielo, recuperada de los duros envites del famoso terremoto del que se cumple por estas fechas su aniversario.

Continúe mi paseo por la calle Calderón de la Barca, pasé por debajo de la rectoral parra, de la que, a través de la espesa niebla, apenas podía adivinarse, su añoso tronco y recordé estos versos de Unamuno:

Parra de mi balcón, tus verdes uvas;

para mi mesa guardo los opimos

frutos del sol de otoño bien repletos;

Por la calle Libreros me planté en el Patio de Escuelas, contemplando el majestuoso lienzo de la Universidad.

El viento que corría por la esquina de la calle de la Compañía, me hacía sentir vivo. De repente me entró un agradable escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, me enfundé aún más entre las solapas del chaquetón y con las manos metidas en los bolsillos, escoltado por la Clerecía y la Casa de las Conchas, bajé por la calle Compañía.

Las calles estaban desiertas, el frío y la oscuridad de la noche no invitaban al paseo. La niebla difuminaba las sombras y las tenues luces de las farolas apenas podían abrirse paso entre su espesura, lo que imprimía un cierto aire de misterio a cada rincón, cada calleja, cada casa. Pensé en los miles de personas, que a través de los siglos habrían pisado esas mismas piedras, habrían sentido el mismo frio en sus rostros. ¡Cuánta historia y cuantos secretos habrán quedado grabados en esos muros!

Me adentré por la calle Meléndez, me asomé al empañado cristal de una cafetería de la que salía un rumor de voces y risas. Abrí la puerta y un soplo de aire caliente acarició mi cara, mezclado con sonoras voces y risas de la clientela que conversaba animadamente, en su mayoría chicos y chicas en plena juventud, estudiantes seguramente, y no pocos extranjeros.

Me acerqué a la barra, una chica con atuendo completamente negro, que resaltaba su tez blanca y su largo cabello rubio, me preguntó con una sonrisa y acento extranjero - ¿Qué vas a tomar? Le pedí un Ribera del Duero.

Me acerqué la copa a los labios, saboreé aquel delicioso vino, que en contraste con el frío de la noche, hizo que disfrutara de él como en pocas ocasiones lo había hecho. Alargué mi estancia hasta que apuré la última gota de aquel vino.

Salí de la cafetería, al cerrar la puerta, todo seguía igual, los jóvenes con su bulliciosos cometarios, sus risas, sus miradas cómplices y sus gestos, con los que se decían lo que con sus palabras, tal vez, no se atrevía a decir.

Camino de la Plaza Mayor, pensaba en la suerte que tenía por vivir en una ciudad como la mía. Una ciudad por la que no se anda, se pasea. Lo que nos permite disfrutar de cada rincón, de cada calleja, de cada esquina, pues cada piedra es un libro de historia, de arte, que cambia cada día y cada momento de cada día. Nunca alcanzaremos a conocer del todo nuestra ciudad, siempre nos sorprenderá con algún rincón nuevo, con un escudo, un medallón? que el día antes, cuando pasamos por esa misma calle, no habíamos reparado en él.

Me dio pena el que tantos salmantinos se dediquen a criticarla, tanto a la ciudad como a los ciudadanos, y no es que esté en contra de la crítica, pero no creo que todo lo que hacemos en Salamanca, y Salamanca misma, sea tan malo. Incluso cuando alguien viene de fuera y alaba nuestra ciudad, nos apresuramos en convencerle de que es una falsa apreciación, que cuando nos conozca mejor ya cambiará de idea.

Estoy un poco harto de esa gente, que cuando viene de visitar otras ciudades, hablan maravillas de ellas y en no pocas ocasiones en detrimento de nuestra querida Salamanca.

Pasamos tanto tiempo criticando lo que tenemos y ansiando lo que tienen otros, que no disfrutamos de las maravillas que nos ofrece nuestra ciudad. Estoy seguro de que si otras ciudades tuvieran lo que tenemos nosotros, sabrían explotarlo, venderlo de tal manera que los salmantinos iríamos a verlo y volveríamos cantando sus excelencias.

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