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Los españoles siempre hemos sido un pueblo de charla ruidosa, de afición y tendencia a lo ruidoso. Junto con los italianos somos los más ruidosos de Europa y de los más ruidosos del planeta. Aunque no se hayan hecho demasiados estudios midiendo el nivel de decibelios imperantes en las calles de las ciudades españolas, en sus bares, en los hogares, en todo tipo de espectáculos, con la mera observación se comprueba; nuestros oídos, nuestra presión arterial y, a veces nuestra agresividad, también lo comprueba.
¿Pero por qué en lugar de ir disminuyendo este griterío como esperaríamos con una población más instruida que, teóricamente, la de hace medio siglo, en los últimos años aumenta aún más el nivel de ruido en nuestros entornos vitales, en nuestro modo de vida?
La respuesta, desde el punto de vista de la psicología, es obvia: grita el que no se siente escuchado y/o el que se siente mal, incómodo, alarmado, tenso. ( Los gritos de euforia de una muchedumbre en un estadio de fútbol o en una celebración son puntuales, estadísticamente irrelevantes). Me refiero al ámbito de la vida privada.
¿Y en la vida pública? La nuestra se parece cada vez más a un inmenso ring de boxeo, en el que siempre hay contrincantes. Las supuestas tertulias políticas en televisión solo sirven para confundir más al que aún, a estas alturas, siga en la búsqueda de qué grupo político sirve más a sus intereses. Para los demás esas tertulias son un auténtico exhibicionismo de qué es NO DIALOGAR, de quién grita más fuerte, de quién hace alarde de no saber ni querer escuchar al que opina de distinta manera. La tertulia de "La sexta noche", que parecía en el pasado que podía cumplir la función de mostrar el diálogo entre interlocutores de ideas distintas, se convierte más y más en el espejo de una sociedad por la que la democracia ha pasado y nadie se ha enterado. Salvo excepciones.
Esta devaluación del diálogo, del respeto a las diferencias llegó a su cénit cuando el presidente actual de nuestro país instauró hacer sus declaraciones a través de una pantalla, reduciendo a los periodistas (a la opinión pública) a mudos receptores de las palabras, huecas o ambiguas, que nunca aclaraban nada de lo que la gente queríamos saber.
"Dime cómo conversas y te diré qué nivel de cultura y de madurez personal tienes", podría ser un refrán que serviría para evaluar a nuestros interlocutores o a nuestros personajes públicos.
Y otro refrán aún más concreto y más útil: "Dime cuánto gritas para exponer lo que deseas y te diré el grado de razón y de razonamiento que te sostiene", sabiendo que siempre se cumple la ecuación de "a más gritos, menos razones".
Una revista científica publicaba el otro día los resultados de un estudio sobre comunicación en distintos grupos de monos; el equipo de investigadores concluyó su estudio mostrando que cuanto mayores eran los gritos de un grupo de simios, menos capacidad sexual y reproductora tenían; menor era el tamaño de sus órganos reproductivos.
Propongo una campaña muy barata de salud pública y social: EL SILENCIO ES BUENO PARA TU SALUD Y PARA EL DIÁLOGO.
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