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Dehesas y bichos
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Dehesas y bichos

Actualizado 26/10/2015
Javier González Alonso

En nuestro país, la superficie adehesada se sitúa entre los 3,5 y los 5 millones de hectáreas, según los datos del Ministerio de Agricultura [http://bit.ly/1Lvlex4], principalmente en Andalucía, Extremadura y Castilla y León, más las existentes en el Algarve y el Alentejo en nuestra vecina Portugal (Alentejo, "allende o Tejo", "más allá del Tajo", es una de mis palabras favoritas en portugués, junto a "vírgula" o "borboleta"). Esa acusada variación de un millón y medio de hectáreas es debido a las definiciones, más o menos restrictivas, que se hagan sobre las características de estos territorios, por lo que utilizaré la acepción usada por el propio ministerio: el bosque adehesado, es el "ecosistema perteneciente al monte arbolado formado por una estructura de árboles y arbustos con cultivos herbáceos y pastizales, un uso agro-silvo-pastoral muy característico de determinadas zonas mediterráneas y de ciertas especies arbóreas, y con un funcionamiento bastante influido por el ser humano. La fracción de cabida cubierta por los árboles no suele ser mucho mayor del 20% y su tendencia natural es el evolucionar hacia bosque".

Quienes trabajamos "recorriendo caminos", entre los que tengo la fortuna de contarme, sabemos de la enorme importancia de las dehesas desde el punto de vista ecológico, lugares de refugio de multitud de especies, tanto animales como vegetales, a la vez que es un espacio muy equilibrado y productivo, en una zona climáticamente dura, árida, en zonas de baja población y económicamente pobre, aunque el hogar ideal para nuestros afamados cerdos ibéricos. Su desarrollo sucedió a la par que el avance de la llamada Reconquista, a partir del siglo XIII, cuando los ganaderos locales vallaron sus fincas para cerrar el paso a los rebaños trashumantes; de hecho, defendere, es el "término con el que se denomina el permiso concedido por el rey para acotar y cerrar las fincas ante los impresionantes privilegios de los que disfrutaba el Real Concejo de la Mesta" [http://bit.ly/1OPCxwG].

Unos usos que pasan por proporcionar sombra, o comida, al ganado, sean cerdos, cabras, vacas u ovejas; madera, o carbón, para el fuego, para calentar hogares o ahumar embutido; para el desarrollo de determinado tipo de caza (Castilla-La Mancha recoge jugosos ingresos de esta actividad); o para la recolección de setas, entre las que destacan las trufas, Tuber sp., que se desarrollan en las raíces del nogal, el roble o la encina. Todos estos usos se han mantenido durante generaciones, pero llevan años viéndose seriamente afectados por el abandono de esas prácticas tradicionales hacia otras "industriales", donde prima la rentabilidad rápida, sin tener en cuenta las propias características de este ecosistema único.

Opino, ante las nuevas plagas que se están sucediendo en el campo charro, la llamada seca, provocada por hongos del género Diplodia sp.; que provocan, tiempo después, y debido al debilitamiento de los árboles más viejos, la masiva presencia de escarabajos, protegidos a nivel europeo, del género Cerambyx, bien cerdo, bien welensii, que se alimentan de la madera de dichos ejemplares más débiles. Se necesita volver a una práctica más tradicional y racional en el manejo de las dehesas, retomando los buenos usos, en vez de clamar contra dicha protección, empezando por la fijación de gente joven en el mundo rural:

  • Realizar podas y descorches adecuados, con herramientas bien afiladas y desinfectadas. No podar árboles que se encuentren demasiado debilitados. Evitar la poda en días demasiado húmedos.
  • Quemar la madera extraída para evitar la propagación de los hongos y sellar las heridas producidas en las ramas para que no penetren por ellas los microorganismos.
  • Evitar la limpieza sistemática de arbustos y matas. Estas plantas protegen el suelo ayudando a evitar la erosión y la pérdida de nutrientes y suponen una pantalla protectora de los árboles frente al viento, la insolación excesiva y el ataque de los rumiantes.
  • Evitar al máximo el uso de insecticidas: estos productos son muy agresivos y, además de eliminar a los insectos patógenos, destruyen también aquellos otros organismos que son capaces de controlarlos. Muchos de los tratamientos químicos utilizados por el momento se encuentran en fase de experimentación y, además, deben ser aplicados de acuerdo a unas condiciones estrictas según señala el prospecto.
  • Evitar el pastoreo excesivo: un pastoreo excesivo elimina muchos arbustos y matas que son necesarios, como hemos visto, para proteger el suelo, al mismo tiempo que propicia un ataque excesivo sobre las especies dominantes. Igualmente compacta en exceso el suelo dificultando la aireación del mismo y favoreciendo el encharcamiento.
  • Utilizar el pastoreo preventivo: el pastoreo preventivo resulta útil para eliminar aquel material que presente signos de infección. Así, resulta adecuado y recomendable que los cerdos puedan comerse las bellotas tan pronto como caen de los árboles si estas muestran señales de invasión por larvas. De esta manera puede evitarse que estos insectos se desarrollen completamente y puedan infectar árboles sanos.
  • Utilizar la maquinaria adecuada: un uso excesivo de maquinaria pesada también conlleva que el suelo se vuelva más compacto y, por lo tanto, menos poroso y más proclive a un mayor encharcamiento, lo que propicia el desarrollo de numerosas enfermedades fúngicas. Se aconseja el uso de maquinaria más ligera que sea capaz de esponjar el terreno de una manera más adecuada.
  • Evitar la sobreexplotación del suelo: de igual manera una sobreexplotación de los recursos conlleva a un agotamiento del suelo y una menor disponibilidad de los nutrientes para el arbolado. Se aconseja enriquecer el suelo a base de superfosfatos cálcicos o otros nutrientes de acuerdo a la necesidad de cada lugar.

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