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Con la Iglesia hemos topado
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Con la Iglesia hemos topado

Actualizado 26/10/2015
Francisco López Celador

Ahora que ya "sólo" faltan dos meses para las elecciones, nos espera un continuo bombardeo de propuestas por parte de los partidos que creen tener alguna posibilidad de "tocar pelo" de poder. Los hay de todos los colores y, entre ellos, quienes debutan en la plaza este año. Los veteranos harán valer los logros conseguidos cuando han tenido la oportunidad de gobernar, cuidándose muy mucho de no dejar al descubierto los fracasos del pasado y prometiendo que, de ahora en adelante, todo va ser distinto. Los llamados partidos emergentes tienen esa ventaja; nadie puede reprocharles haber cometido errores a escala nacional, aunque alguno comienza a mostrar sus cartas desde ayuntamientos o comunidades autónomas.

Desde que nuestra Constitución está vigente, España ha estado sometida a un periodo claramente dominado por el bipartidismo. PP y PSOE se han alternado en la responsabilidad de Gobierno, con mayor o menor acierto en su labor. Después de una larga etapa sin democracia, los partidos políticos que han asumido las tareas de gobierno han comenzado con ciertos titubeos, debidos a la falta de tradición democrática, hasta que se han asentado en su función para ejercer el gobierno de acuerdo con su ideario político. En cualquier caso, la alternancia de uno y otro partido se ha producido cuando el electorado ha tomado nota sobre: el incumplimiento de los programas electorales, el fracaso en política económica y laboral, la corrupción o de la descomposición interna de los propios partidos. Junto a una masa electoral estática, que no cambia nunca su voto pase lo que pase, existe una bolsa de españoles que hacen valer su opción de dos formas: dando su voto a otro partido o ejerciendo la opción de aumentar o disminuir ese otro partido que se llama abstención.

A pesar de nuestra corta experiencia democrática, hay algo que ya hemos aprendido los españoles: en mayor o menor grado, las promesas electorales ? como dijo Tierno Galván- están hechas para no cumplirse. Es decir, de lo que nos "vendan" los partidos, la mitad de la mitad. Si no fuera por lo serio del tema, habría que tomárselo a chacota. De otra forma uno no se explica cómo hay partidos políticos que presentan medidas en su programa electoral que ya han aplicado en el pasado y que han fracasado estrepitosamente. En otras ocasiones cabría preguntarles: Eso que os parece ahora tan apropiado ¿por qué no lo pusisteis en práctica cuando os tocó gobernar? O tienen unos ideólogos que no se ganan su sueldo o, de lo contrario, piensan que los españoles nos chupamos el dedo.

Para el ciudadano de a pie, un gobierno será bueno o malo según sea su comportamiento en tres campos muy concretos: bonanza económica, bienestar social y máximo empeño en salvaguardar la libertad y los derechos humanos. Cuando se cumplen estas premisas poco importan derechas, izquierdas, rojos o azules. Hasta ahora, PP y PSOE han gobernado, con mayor o menor acierto, poniendo su empeño en las materias antes señaladas. Es verdad que difieren en conceptos ideológicos, pero se les supone como último fin conseguir el máximo bienestar para todo el pueblo. Lo que sucede es que, dentro de la ideología particular de cada tendencia política, la aplicación de esas ideas a la práctica del día a día se hace empleando fórmulas distintas que, hasta ahora, han demostrado que cuando ha gobernado el PSOE, el potencial económico/laboral y el nivel de vida han descendido siempre; por el contrario, cuando el PP ha recibido la herencia socialista, ha conseguido enderezar la situación y superar la crisis. Negar lo evidente es no querer ver la realidad. Y conste que esa diferencia no es exclusiva de nuestro país. Los gobiernos conservadores cargan las tintas de su empeño en la bonanza económica mientras los progresistas la dan más valor al régimen de libertades.

Para que este comentario no deje de ser coherente con el título que lo encabeza, permítaseme subrayar lo que yo denomino "manía progresista recurrente" de aderezar todo programa electoral que se precie del oportuno ataque a la Iglesia. Muchas veces con un total desconocimiento de la materia. Tratando de arañar votos al precio que sea, hay que dar "carnaza" anticlerical a todo el que quiera presumir de progre. Se quiera o no, España es un país con solera cristiana, y eso no se borra con un decreto ley. El artículo 27.3 de nuestra Constitución establece el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban formación religiosa y moral, de acuerdo con sus creencias. Para algún partido esta práctica podría alienar a los niños y, por lo tanto, "para todos café". Algún "entendido" se apresura a pedir la abolición del Concordato sin saber que ya no está en vigor. Lo que existe en la actualidad es un convenio suscrito con católicos, musulmanes, evangelistas y judíos. Sin querer decir la verdad, se insinúa que el gobierno se desentienda de los colegios concertados. Convendría que este importante tema se explicara en los programas electorales con toda claridad. De esta forma sabrán los padres qué partidos se acercan más a sus deseos.

Resumiendo, la campaña electoral debería ser un escaparate en el que cada partido expusiera con detalle y veracidad lo que aspira alcanzar para TODOS los españoles, con independencia de sus creencias religiosas. En cuanto a la Iglesia Católica, basta con que, por un momento, se paren a valorar lo que está haciendo por los pobres, por los enfermos, por los que viven en países tercermundistas donde la miseria, las enfermedades y las guerras causan verdaderos estragos. En esos lugares faltarán medios y apoyos gubernamentales, pero nunca fallará la compañía de algún religioso. Dejemos que la Iglesia siga a lo suyo, y los políticos, también.

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