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Canción de otoño
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Canción de otoño

Actualizado 25/10/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

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Los largos sollozos de los violines de otoño.

Ya son cortos los días. Negros y frescos a la hora primera en que te tienes que levantar y no puedes. Las fuerzas te faltan, quién lo diría. Conservas las energías sin saberlo, envueltas en el paño del oro, no se sabe dónde. La jornada se te hace eterna nada más ver la agenda. Has dormido mal. Los latigazos del insistente viento han pretendido acunar tu sueño leve, pero han sonado como duros contrapuntos disonantes que han revuelto tu espíritu.

Hieren tu corazón con su languidez monótona.

Se han agrandado las minucias. El silencio nocturno las agiganta. El desvelo reúne todo lo que aún se debe hacer y lo que todavía no se ha hecho. Como saetas o jabalinas salen las culpas y negligencias. Los errores y arrepentimientos tampoco rehúyen la febril convocatoria. El corazón se estrecha, se vuelve una triste peonza, y la respiración, hasta ahora impávida, también se hace presente, como si no existiera otra cosa que ese opresivo movimiento continuo del pecho lacerado.

Todo es angustioso y pálido, cuando suena la hora.

¿Por qué? Te preguntas, aunque con hipócrita retórica. Te gustaría que las cosas fueran distintas, pero el mundo es como es. Imperfecto y desvaído. Sabes que no tienes motivo, pero no quieres levantarte. Ni siquiera te ha invadido el cansancio, pero te vence un agobio infinito. Eres joven todavía, pero el peso de los años parece plomo en esta vieja cama en que hasta la colcha está medio caída.

Lloras al recordar aquellos días jóvenes.

Sí, no toda la noche ha sido ansiedad. Han aparecido retazos de tus varias vidas. Memorias de la infancia en tierras más templadas. Retales de tu juventud discontinua. Persistencias de tu tiempo de estudiante, que se idealizan con el paso de los años. Pero estas inesperadas visitas momentáneas no hacen más que acompañar las amargas disonancias de estos días, eternos en su brevedad.

Y te dejas llevar aquí o allí por el mal viento.

Has arropado sin pensarlo a quienes quieres como tuyos. Has vivido los zarandeos de algunas borrascas como si fueran propias. Padeces insomnios y no te arrepientes. Y te has equivocado, claro que te has equivocado. No son horas de falsos orgullos que no te dejen reconocer tus errores, tras el velo de las grises melancolías, aunque, a pesar de todo, quisieras ser omnipotente para que la vida no cayera a tus pies.

Como una hoja muerta.

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