Nuestra Cenicienta: la Formación Profesional

Los hermanos Grimm escribieron un cuento que todavía hoy, en la era digital y de los móviles, sigue leyéndose en colegios y hogares: la Cenicienta. Llamada así porque siempre estaba llena de polvo y ceniza arreglando las chimeneas de los grandes salones donde vivían sus hermanastras, quienes la despreciaban constantemente. Jacob y Wilhelm Grimm utilizaron estas narraciones para denunciar los perjuicios y duros castigos que la clase alta infringía a sus criadas. Es evidente, que la Formación Profesional en nuestro sistema educativo es sistemáticamente maltratada en cuanto a recursos y ofertas de módulos, a pesar de que en los últimos años se ha duplicado el número de alumnos.

La OCDE en su Informe, sobre Competencias más allá de la escuela, ofrece unos datos sobre España muy preocupantes. Para empezar, en el año 2008 teníamos una demanda de 462.492 alumnos, mientras que en el año 2014 hemos pasado a 793.032. Pero lo más curioso, es que el 60% de estos alumnos tienen una edad superior a la habitual para cursar esta modalidad de aprendizaje, lo que indica que muchos jóvenes pudieron abandonar el instituto con el fin de ganar dinero en la construcción, o en otros sectores perjudicados con la crisis, pero ahora esos mismos chicos que ya no son tan jóvenes han decidido volver a los estudios. Otro dato interesante, se refiere a aquellas mujeres de 30 años que dejaron los estudios prematuramente y ahora eligen la Formación Profesional para aumentar sus oportunidades de empleo. Por ello, cuando nos preguntamos por el Milagro Alemán debemos añadir a otros factores, su enorme inversión pública en formación profesional. Saben muy bien, que la formación es el único bien que triplica su valor cuando se invierte en ella. En nuestra provincia si un chico o una chica viven en el medio rural y desean hacer un módulo que sólo se imparte en la ciudad de Salamanca, no es seguro que dispongan de un transporte público cuyo recorrido coincida con el horario de las clases.

La Diputación de Salamanca, con su presidente al frente, es partidaria de reunirse a menudo con los Alcaldes de la provincia. Siempre me pregunto si llegan a algún compromiso que favorezca la vida de sus habitantes. Lo mismo ocurre con el Ayuntamiento de Salamanca, propenso a hacerse muchas fotos con los alcaldes del Alfoz, pero hasta el momento no se afronta la falta de un transporte público eficaz. Tener que disponer del coche familiar es un fracaso, o no contar con un sistema de becas para desplazarse a estudiar es otra calamidad por parte de nuestras instituciones. Tampoco sabemos, cómo influye en quienes quieren estudiar Formación Profesional, tener que afrontar tantos inconvenientes propios de una comunidad subdesarrollada. Pero al equipo de Gobierno de Castilla y León le basta poner cara de preocupación cuando constata la falta de población en las zonas rurales, sin preguntarse ¿quién es el valiente que se queda a vivir en un lugar donde el horario, o el trayecto, de un autobús decidirán el futuro de los jóvenes?