Por Rodrigo Del Castillo Medina, joven de 29 años, 'speaker', presentador y natural de Villoruela
Miércoles por la tarde. Y el tiempo se detuvo en la ciudad. No se recuerda algo igual desde antes de la guerra; pero aquello no terminaría allí. Un día diez, diez de número, diez de mes, diez de hora y las incongruencias se sacudieron como la lluvia que caía en el exterior; pero ellos, cubiertos por un halo de pasión y sentimiento, no repararon en los detalles que les rodeaban. Trataban de alcanzar el nirvana. Y a la mañana siguiente descubrieron que "Nirvana" publicaba "Nevermind", pero no importa. Y quizás sin escucharse, sonaba "beutiful day" de U2. Trataron de buscar arena y sal, tumbados en la playa de la habitación, mientras se dibujaban constelaciones lunares en los cuerpos. Pero no había tregua.
De vuelta a la faena de aliño, como si de una tarde de toros se tratase, libraban una nueva batalla, cuerpo a cuerpo, sin más capote que la piel y con trajes de luces a pesar de estar desnudos, que irradiaban destellos de luz en cada "natural" corporal. Eran incongruencias alrededor. Era verdad el uno dentro del otro.
Había una compenetración tal, que desarmaron a un ejército de camisas azules y cascos, alzándose con la victoria y viendo como hasta un general se sabía derrotado por un ejército de sapos y pingüinos comandados por un conejo hiperactivo. Consiguieron ser uno solo, sabiéndose grandes, sintiéndose libres. Con un colchón como trinchera, una sábana como parapeto y una lluvia de deseos, sueños y placeres; fue el bagaje de la guerra, con dos puntos en sus caras que marcan rotundamente: la felicidad.
Y eso es con lo que hay que quedarse.