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De la clausura conventual a la calle
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PERSPECTIVAS TERESIANAS

De la clausura conventual a la calle

Actualizado 21/10/2015
Manuel Diego

ALBA DE TORMES |Tanto la salida como el regreso a clausura de Santa Teresa son dos de los momentos más álgidos de todos los días festivos

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Alba de Tormes tiene un privilegio litúrgico especial propio y exclusivo que, aun sin saberlo sus habitantes, condiciona y da forma a las fiestas teresianas de octubre, que son siempre del 14 al 22 de octubre. Y es el de prolongar la fiesta de santa Teresa durante ocho días, a modo de octavario, parecido éste a las octavas de Pascua y de Navidad. Sólo se puede hacer esto en Alba por el motivo de ser el lugar de su muerte y sepultura. Y así ha sido siempre desde el mismo año de la beatificación (1614).

Hay un gesto o rito que anualmente se repite y que cala profundamente en el ánimo del pueblo, es un momento simbólico y cargado de emoción que convoca a todos sus habitantes en un lugar emblemático como es la plaza de santa Teresa, que viene a ser el corazón espiritual de la villa. Es el rito de la salida de clausura de la imagen de santa Teresa (mañana del 14 de octubre) para presidir las fiestas patronales y el novenario en su honor.

Y es en torno a esta imagen procesional de vestir (una vez sólo salía anualmente para el novenario de octubre y en otras muy contadas ocasiones) que surge una especie de halo misterioso alimentado por ese salir y entrar en clausura, signo de un de juego sentimental producido entre los albenses: el medir el transcurso del tiempo anual y de la misma vida (de octubre a octubre) por esa visión extraordinaria de Santa Teresa que del convento de clausura vuelve a la villa.

Lo importante es resaltar que desde la primera mitad del siglo XIX hasta nuestros mismos días la procesión del 15 de octubre está presidida por esta misma imagen, un hecho que no se debe interpretar de manera ligera, pues representa el sentido de la continuidad de un símbolo que nadie osa discutir, a la vez cultural y religioso, y que asume por completo la representatividad de todo lo que encierra el ideal de esta mujer para la villa, como si de generación en generación, en torno a él se conservaran y transmitieran los valores de la tradición teresiana.

Pues esos dos momentos de gran emoción que coinciden con la salida y entrada en clausura de la imagen procesional, a primera vista pueden parecer como dos gestos funcionales que no merecen tanta atención. Pero no es así, ya que por el carácter evocativo que tiene dicha imagen teresiana, con el tiempo, se han ido cargando de emotividad y llenando de recuerdos sentimentales difíciles de explicar e interpretar. El escenario además se llena de sentido, porque la Plaza de Santa Teresa (o Plaza de las Madres), sin duda, el lugar artístico más importante de la villa, se convierte en ese tiempo como por encantamiento en el lugar del encuentro de la Santa con su pueblo fiel. Ya el poeta local Antonio Álamo Salazar la calificaba a esta recoleta plaza de "centro espiritual y emocional de la Villa entera". Es la cita anual que marca el sentimiento de la gracia y de la suerte de poder estar allí para contemplarla de nuevo y aclamarla, como también la expresión del deseo y añoranza de la posibilidad de volverla a ver al año siguiente. Todo esto, naturalmente, acompañado de alguna lágrima furtiva y de una emoción intensa.

En pocos actos como éste se da tal poder de convocatoria y de unidad de corazones.

Todos coinciden en el valor que ha adquirido este encuentro masivo. Juzgamos que es debido a que se produce un acercamiento inmediato, intuitivo, genuino entre la Santa y el pueblo, donde manda el corazón, sin otras mediaciones ni gestos más rebuscados. Momento particular que, con la intervención de la banda de música, todavía se llena de más intensidad al escuchar las notas del himno litúrgico "Regis Superni nuntia" o del himno nacional de España. A ello contribuye también el movimiento de alzada y bajada de la imagen, antes de penetrar la clausura conventual, ejecutado por los anderos o encargados de la imagen. Y todo esto con una particularidad, la de que a menudo coinciden en la convocatoria y en estos sentimientos, creyentes y no creyentes, practicantes y menos practicantes, puesto que la imagen de la Santa en estos momentos se erige en el signo máximo de identidad local. El poeta local antes citado ya realizó hace tiempo su valoración de este momento mágico: "Pocas plazuelas como esta de Santa Teresa, que más eleven y aquieten el espíritu; hasta el bullicio y estruendo ?que no encajan en marco de plazuela- dejan aquí que sueñe y vibre el corazón en un fervor y un fuego apoteósicos insospechados: ¡14 de octubre! , la Santa está saliendo de su clausura, después de doce meses?; un grito indefinido y jubiloso se fragua en la plazuela y estremece la Villa toda; ¡tarde del 22, día de "la Octava"!, un gemido amplio, rotundo, profundamente sentido, se rasga frente al templo teresiano y una explosión de amor aflora en cánticos y vítores de entusiasmo incontenido e impresionante?; es que la Santa vuelve a su clausura. ¡Cuánta miel emocional empapa las viejas piedras de la Plazuela de Santa Teresa?!" (Senda emocional de Alba de Tormes, Palencia 1952, p. 54).

No cabe duda. Es la cita anual de la Santa con su pueblo, como si ella saliera a compartir la vida cotidiana y el poder pasear por sus calles y de esta manera se convirtiera en una ciudadana más. Por eso, el abrir y cerrar las puertas de la clausura carmelitana cada año, marca o delimita el encuentro más cordial de Alba de Tormes con Teresa de Jesús, la monja andariega que quiso acabar sus pasos y cesó en su trajín fundacional aquí.

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