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Cuando los médicos fracasan aparecen los curanderos
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Paz y Bien

Cuando los médicos fracasan aparecen los curanderos

Actualizado 19/10/2015
Rubén Martín Vaquero

De los sucedáneos y otras milongas

Hace muchos años en los comercios salmantinos no había café y en su lugar la gente tomaba achicoria o malta?, y lo llamaban "sucedáneo". Hasta que fui mayor no supe el significado de la palabreja. Interesado, la busqué en un diccionario de la Lengua Española de Anaya: "Dícese de la sustancia que puede sustituir a otra por tener propiedades parecidas". "Sustancia que puede sustituir a otra de calidad superior".

Mira por donde me quedé más tranquilo, aunque eran otros tiempos y ya no acompañaba a mi padre a la cosa del contrabando. Porque sí, nosotros éramos contrabandistas; revendíamos café portugués al menudeo, a cafeterías y tiendas de ultramarinos.

Un ferroviario lo traía desde el país vecino emboscado entre el carbón. En las breves anochecidas de invierno íbamos a buscarlo a su piso en uno de los bloques de la Obra Sindical 18 de Julio de Garrido. Arropados con silencios y tinieblas de conspiración, subíamos tanteando el pasamanos hasta el segundo piso derecha. Sobre la puerta relucía un "Dios bendiga esta casa". Mi padre llamaba suavemente con los nudillos, el timbre le parecía un chivato, y sin necesidad de contraseña el confabulado abría la puerta y nos hacía pasar a un sala diminuta con el tapiz de un ciervo macho asilvestrando la pared derecha; a la izquierda una librería de dos cuerpos con revistas del Reader´s Digest, una botella de aguardiente y unos vasos diminutos pintados a mano; media docena de sillas de escai cubriendo huecos; una mesa baja de formica con un cenicero amarillo en forma de ola en el centro y, camufladas entre las cortinas, unas cajas cerradas.

Mi padre, ignorando qué nos íbamos a encontrar, desplegaba los dos costales de harpillera que llevaba en los bolsillos y, contando en voz alta, comenzábamos el tejemaneje desde las cajas a los talegos. Era como la lotería de Navidad, pero en clandestino. Unos días el alijo resultaba ser endurecidos cilindros de La Guapa, otros, de El Camello (el nombre resultó profético), algunos, el demandado Montenegro y, de cuando en cuando, el mágico Sical.

Sin mediar palabra pagábamos, nos echábamos los sacos a la espalda y salíamos del trapicheo con las manos negras y los ojos brillantes.

Con la lacra de la corrupción han vuelto los sucedáneos, los contrabandistas y las manos negras.

Imagen: Maracaibo (Venezuela)

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