¿Ser ético es rentable?

Salgo de una reunión con una joven e inteligente directora de una escuela de negocios y un buen amigo, a quien he llevado para presentársela. El motivo de la reunión no es otro que la directora conozca el proyecto de mi amigo, lo impulse y lo divulgue a través de esta escuela de negocios.

La conversación discurre entre el indiscutible atractivo del proyecto, por lo que de humano y colaborativo tiene, y, por otro lado, las dificultades que está encontrándose su creador, para alcanzar esa masa crítica de usuarios que necesita para llegar a un despegue definitivo de la iniciativa.

Sin embargo, todo falla, cuando en un momento de la conversación se comenta que la estructura empresarial que está detrás de este proyecto es un SL.

Una SL que, en este caso, es mi amigo, su patrimonio, su trabajo, su tiempo y sus ahorros, lo cuales ha arriesgado para que la iniciativa salga adelante.

- Ah, pero 'si es una SL no podemos ayudar'

- ¿Cómoooo?

Y es que en este país se ha arraigado tanto la creencia de que ganar dinero es cosa de estafadores, que la honestidad y la transparencia están reñidas con el éxito, que hasta una ejecutiva de una escuela de negocios, de empresas, lo pone en cuestión cuando el que viene a pedirle ayuda es una SL y no una ONG o una fundación.

Ojala hubiese muchas, muchísimas empresas que invierten y creen en el desarrollo para que, con unos objetivos honestos y una labor ética, ayuden al progreso.

Ojala recuperen su inversión con creces como premio a su esfuerzo y a su trabajo.

Lamentablemente vivimos en el país del pillo, del pillo que no ha dado un palo al agua en su vida y no ha hecho más que medrar, llevándoselo crudito.

Del tenaz y emprendedor, que con esfuerzo y dedicación ha montado su empresa y le han ido las cosas bien, pero que entonces levanta las envidias y acaba convirtiéndose en un presunto estafador por el mero hecho de haber rentabilizado su negocio.

Seguimos en el país del chismorreo y la queja, de los prejuicios y de las ideas poco claras, y no vamos más allá.

Qué cacao mental tenemos, no entendemos que la ética sea rentable; será por lo que vemos en el telediario todos los días, y parece que lo único ético es ser monja de un convento de clausura, siempre y cuando no hagan rosquillas y las vendan, que entonces ya las pondremos en cuestión

Del mismo modo, tampoco sabemos entender que la rentabilidad es totalmente ética cuando es fruto del trabajo, el esfuerzo y el talento.

Esta confusión que va del encabronamiento a la falta de criterio, de la resignación a la trampa por detrás, de falta de escuchar al menos las mismas veces que chorizo o corrupto, las palabras honesto o ético, el alabar muchas veces al pillo por su buen hacer entre bambalinas, incluso la de acercarse a su persona, en vez de escapar de él como de la peste, y esa doble moral que tenemos por la falta de principios en la que nos encontramos, me preocupa y mucho.

Estamos en un momento peligroso en el que, si no tomamos las riendas y empezamos a enseñar que en los negocios, la ética y la rentabilidad deben ir de la mano sin soltarse un instante, vamos a una repetición de la jugada que hemos vivido, pero, incluso peor, con menos medios, con más a ganar y menos que perder en el uso de las malas artes.

Así las cosas, no saldremos nunca de ser un país piojoso, pese a las declaraciones de Montoro diciendo que vamos a ser en breve el asombro del mundo.

Enseñemos ética y valores en las escuelas. Enseñemos a valorar el trabajo y el esfuerzo. Metamos en la cárcel a todos los chorizos de este país y entonces, a lo mejor, los hijos de nuestros hijos puedan decir que viven en un país que es el asombro del mundo.