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Comprarme un Volkswagen
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Comprarme un Volkswagen

Actualizado 12/10/2015
Antonio Matilla

Hace tiempo que deseo tener un automóvil Volkswagen, aunque es lo cierto que siempre he disfrutado de vehículos 'fabriqués en France', debe ser por las cercanía con la Lengua de Péguy y de Saint-Exupery, cuyos poemas o aventuras aeronáuticas a la par que espirituales, leía con pasión durante la hora y pico de Metro que tenía desde Issy les Moulineaux a Courbevoie (dos horas y doble pico entre ida y vuelta). Parece una tontería, pero las ideas, la cultura, las costumbres, y la forma de la mente, el espíritu de finura, la precisión, la claridad y distinción entran a través del idioma. Podía haberme formado también en el idioma de Hegel, Goethe, Kant o Hölderlin o en el de Lord Byron o Bob Dylan, pero mis posibilidades económicas no me lo permitieron ni mis autoridades lo consideraron oportuno. No eran los años de mi formación tiempos de amor a la inteligencia y menos a los títulos universitarios, considerados por los cristianos más progresistas, que marcaban lo políticamente correcto y eclesiásticamente dominante en mi empresa, una riqueza perfectamente prescindible, pues apartaban de los verdaderos objetivos espirituales e iban en contra de la cuenta de resultados.

[Img #451410]Y hablando de resultados y de cuentas, no me he comprado nunca un Volkswagen, a pesar de amar su tecnología y su duración ?conocí un constructor que poseía un "Escarabajo" con más de un millón de kilómetros, circulando siempre por caminos de fortuna y baches por las obras, al que le mandaban todas las Navidades un regalito desde Alemania como muestra de agradecimiento y simpatía-; no me lo he comprado porque el espíritu crítico francés siempre me hacía ver que pagar un millón de pesetas más o seis mil euros extras por el plus de marca y por presumir de tecnología ante los amigos no parecía algo demasiado racional. Pero como no solo de razón vive el hombre, tal vez haga una locura y me compre mi último coche made in Germany.

El problema de Volkswagen no es su tecnología, que incluso le sobra para engañar durante años a los más duros inspectores. Tampoco es su origen, como "vehículo del pueblo" para atraer a las masas obreras al nazismo. Su problema es uno de los más peliagudos que tiene Europa: la falta de amor a la Verdad. La Verdad está de capa caída entre nosotros. Ya no tiene sustento religioso. La Razón pura tampoco es fundamento suficiente, perdida en relativismos varios. La Razón práctica, la Moral, provoca carcajadas dolorosas después de las dos Guerras Mundiales, de Auschwitz y del Gulag. Solo queda la fidelidad a la Ciencia, nueva Gnosis al alcance de unos pocos elegidos y democratizada en la tecnología, nueva y vieja, que no necesita rendir cuentas a un Dios Trascendente, ni a una Razón Superior, ni a un Tribunal Supremo -¿tal vez el de "los mercados"?-, sino solo a la Corte Suprema del Consejo de Administración.

Pero las raíces de la Verdad de Europa son duras de roer y vuelven a brotar en un ingeniero colombiano acogido en la Universidad de Virginia Occidental, o en los médicos que han investigado mi tratamiento con ibrutinib, o en un sacerdote italoargentino vestido ahora de blanco, o en mi amigo Diego el poeta, o en los más de 80.000 voluntarios de Caritas en España, o en el concierto de U2 en el Palau. Todavía estamos a tiempo de cuidar esos brotes para que vuelvan a dar savia nueva de Verdad a la Tecnología, a la Ciencia, a la Música, a la Poesía, a la Razón, al Derecho, a la Mercadotecnia, a las Finanzas, a la Política, a la Economía. ¿A la Religión? Vi la savia de la Verdad esta mañana en las raíces de mi infancia mientras celebraba la Eucaristía en mi pueblo de Zamora, en el funeral de mi primo (la Muerte, comadrona de la Verdad). Y es que la Verdad en "las periferias" pervive (Francisco dixit, "e si non e vero, e bene trovato", como diría su abuela Rosa.

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