La acusación silente del remanso salmantino

La calle de La Compañía (de Jesús) es una calle fundamentalmente de paso, casi nadie se queda en ella, no tiene flores ni plantas, solo piedra, pero ¡qué piedra! Su ligera y ondulada cuesta en curva casi inapreciable, la altura de sus paredes que hacen que la angostura visual sea mayor que la real, la ausencia de florituras arquitectónicas en la parte central contrastando con la ornamentación de su principio y final, en los que la Casa de las Conchas, la fachada de la Clerecía o el palacio de Monterrey ponen la guinda a uno y otro confín, las luces y sombras que se proyectan en sus muros dependiendo si es amanecer o atardecer, la casi ausencia de locales de negocios o su discreto mimetismo, la bruma del invierno, el frío que transmite -el real y el aparente- la rapidez con que se circula por ella, la incógnita de los pensamientos de sus viandantes y, sobre todo, el no ser, la ausencia de lo superfluo, en definitiva, el silencio que invita a contemplarla sea día o noche, verano o invierno? todo esto y más es lo que me motiva a seguir haciendo fotografías de una de la calles más emblemáticas de la ciudad, una de la poquitas que la estulticia y la falta de buen criterio conservacionista de sus gobernantes nos han dejado a pesar de su cacareado título de Patrimonio de La Humanidad.

Desde que Jesús Málaga se empeñó, afortunadamente, en recuperar un casco histórico que el franquismo había destruido o abandonado al albur de los especuladores, el destino de las calles del barrio antiguo han corrido una suerte dispar. Imagine, querido lector, cómo sería esta ciudad en la actualidad si antes de los años 50 alguien hubiera pensado y puesto en marcha un verdadero plan para conservar todas las calles que había entonces en la misma línea que la calle que la calle Compañía. Desde entonces, muchas de ellas, se han transformado en "vías rápidas" que no nos llevan a ningún sitio, como la espantosa Íscar Peyra, y otras muchas en las que, en un afán de modernidad mal entendida, se destruyó en forma y uso sin atender a una restauración o rehabilitación de todo el entramado de calles y callejuelas que configuraban una ciudad verdaderamente vieja y entrañable. El franquismo y casi todos los alcaldes llamados demócratas, con la excepción antes citada, han contribuido a hacer una ciudad vieja donde ha primado el rendimiento inmediato, tanto de votos como de dinero, el casco antiguo ha visto crecer sus edificaciones pasando de una o dos a siete u ocho alturas, sin importar lo que la ciudad se deja por el camino, como ha pasado en los alrededores de las Úrsulas, la Gran Vía, el barrio del Conejal, el antiguo barrio chino y hasta el mismísimo casco histórico en el entorno de la catedral. Paredones medianeros debido a la diferencia de alturas que estarán así para siempre, solares abandonados de paredes amarillas que hacen daño a la vista hasta decir basta, y un sin fin de atentados visuales y urbanísticos, hacen que la ciudad sea un ejemplo de lo que no hay que hacer con el patrimonio heredado. Con un ejemplo hay bastante para entender esto último: la foto que encabeza este artículo, realizada hace poco más de un año, ya no se puede volver a hacer desde el mismo sitio ya que unas edificaciones nuevas impiden ver en su totalidad la parte izquierda, ¿es esto loable en una ciudad en la que a los políticos se les ha llenado la boca una y mil veces diciendo que hay respetarla? No nos engañemos, la han utilizado y lo siguen haciendo, fundamentalmente para hacer negocio a sabiendas que juegan con una doble ventaja: por un lado la casi ausencia de contestación -por la cuanta que nos tiene- y por otro, que nadie que venga y no haya conocido otra Salamanca que la actual va a decir nada porque sencillamente no tiene referencias, menos mal que las fotos antiguas, y otras que no lo son tanto, atestiguan de lo que vamos perdiendo sin remedio y en esto el tiempo es implacable, pero para cuando la ciudad se dé cuenta ya no tendrá remedio, y esto es lo peor de todo.

La calle Compañía es un reducto, un reencuentro, la soledad dentro de la soledad, y el silencio dentro del silencio, pero también es un grito, el grito silente más atronador que se puede escuchar en mi Salamanca, por eso paseo por ella, por eso la fotografío una y otra vez, por eso se nos hace imprescindible transitarla, simplemente nos transporta a la Memoria, con mayúsculas, aunque mucha gente no se dé cuenta ni sepa el por qué, o sí.

La fotografía, efectivamente, puede ser al mismo tiempo bella y denunciar en un silencio ensordecedor, aunque algunos no lo quieran ni ver, ni escuchar, pero apartando del camino -esto sí- a quienes la oyen y la miran. Aún así la ciudad sigue hablando a pesar de los atentados urbanísticos, el alter ego de Basilio M. Patino lo decía en boca de uno de los personajes de Nueve cartas a Berta, un viejo profesor que volvía a "su" Salamanca mientras paseaba por ella con sus incondicionales en una fría noche: ¡me dan ustedes envidia, créanme, vivir en este remanso, ya quedan pocos en el mundo, aprovéchenlo!