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(¿San?) Cristóbal Colón
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(¿San?) Cristóbal Colón

Actualizado 10/10/2015
Fructuoso Mangas

El 12 de octubre de 1492, viernes aquel año, después de 72 días de navegación, Cristóbal Colón y su tripulación tocaron tierra americana en lo que luego se llamaría San Salvador. Y como andamos a dos días de la fecha, me ha parecido interesante acercarme, sin pretensión alguna, a algunos aspectos curiosos de tantos que tiene la figura de Colón, ahora en cierto modo proscrita para muchos pero históricamente cargada de preguntas y hasta de zonas de misterio.

Desde hace mucho me chocó grandemente un texto clásico, de Séneca por más señas, que me tocó traducir por casualidad en mis años mozos:

Tiempo vendrá, pasados muchos siglos, En que rompa el Océano sus lindes, En que Tetis descubra nuevas tierras Y no sea Thule el término del mundo. Medea, acto II, versos finales de la Escena III

Estos versos de Séneca, que en boca del Coro cierran el acto II, se encuentran dos veces copiados por el mismo Cristóbal Colón. La segunda vez, en una hoja del Libro de las Profecías, escrito después de su cuarto viaje, entre 1502 y 1504, mientras se consumía varado en la bahía de Jamaica. De los cuatro versos de Medea escribe esta traducción libre:

"Verán los tardos años del Mundo ciertos tiempos en los cuales el mar Océano aflojará los atamientos de las cosas y se abrirá una grande tierra: y un nuevo marinero como aquél que fue guía de Jasón que hubo nombre Tiphis, descubrirá nuevo mundo; ya entonces non será la isla Thule la postrera de las Tierras".

Los textos clásicos están llenos de referencias, a veces parecen nostalgias, a nuevas tierras, extensas y sorprendentes, que están allá, al fin de lo que se sabe y que un día algún héroe logrará descubrirlas, pero sorprende la contundencia "profética" de Séneca y la apropiación que Colón hace de ella. Y por si no quedara claro su hijo Hernando escribió después al margen del pasaje en su ejemplar de la Medea de Séneca, de la edición de Ferrara de 1884: "Haec prophetia expleta est per patrem meum Cristóphorum Colon Almirante anno 1492". Ahí queda eso.

Quiérase o no y se entienda como se entienda todo esto, y mucho más que hay pero aquí no hay sitio, tiene su veta de sorpresa y de atractivo. Por eso son miles las obras y artículos escritos sobre el tema desde hace cinco siglos hasta hoy.

La otra curiosidad me resulta más "excéntrica" y es poco conocida y casi nunca recordada, quizás por un tupido velo generacional que se ha extendido sobre temas como éste desde hace medio siglo. Me refiero a los intentos, a veces estrafalarios y a veces bien documentados, de beatificar a Cristóbal Colón. En esta aventura intervinieron muchos agentes y hoy me fijo sólo en uno, en León Bloy.

Su intransigencia visionaria, entre lo fantástico y lo insólito, llevó a León Bloy, a conflictos extremos tanto en su vida como en sus obras. No es de extrañar que se sumara al movimiento más francés que español que intentaba beatificar a Colón y que fue apoyado sin éxito por Pío IX y León XIII, que iniciaron y reiniciaron la causa de beatificación. Para esta batalla escribió el altisonante: Le révélateur du globe, Christophe Colomb et sa béatification future. Era un tema tratado y estudiado por muchos autores. De hecho ya el mismo Colón le había dedicado tiempo y conocimientos bíblicos a la empresa de demostrar que su acción de llegar a un nuevo mundo estaba prefigurada y anunciada en el Antiguo Testamento.

Toda esta historia, entre el rigor, que lo hubo, y la pedantería, que abundó en exceso, ha enturbiado la figura de Don Cristóbal Colón, tan sugestiva y tan compleja y a la vez tan maltratada y cargada de ideologías contrarias, ambas mal añadidas.

[Img #448960]Queden aquí, al lado mismo del claustro de Colón de los Dominicos de San Esteban, estas líneas como recuerdo de la madrugada de aquel lejano 12 de octubre de 1492 cuando Colón y sus acompañantes despertaron sobresaltados por las grandes voces de Rodrigo, el de Triana (¿o de Lepe?), sobre el que luego sobrevendrían seguidas todas las desgracias de este mundo.

Eran las dos de la mañana y todos respiraron hondo en La Pinta a la vista (¡por fin!) de la línea que trazaba en el horizonte aquella tierra prometida y ahora anunciada desde lo alto de la cofa.

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