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Carta de una hija a su madre ya muerta
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El tema de nuestro tiempo

Carta de una hija a su madre ya muerta

Actualizado 10/10/2015
Matilde Garzón

[Img #447749]Querida madre: te pido perdón por la poca paciencia que he tenido contigo y la poca atención que te he prestado, cuando me contabas cosas que ya me habias dicho en otras ocasiones. He perdido la memoria de cuando de niña te pedía que me repitieras los cuentos. Lo hacías mil veces con infinita ternura. Cuando era joven, no tuve sensibilidad para darme cuenta de que necesitabas comunicarte y saber de mis andanzas, porque la sociedad te rehuía y no te dejaba expandir toda la riqueza que habías acumulado y porque querías estar conmigo en cada uno de mis movimientos. Perdóname también cuando te forzaba a bañarte sin que te apeteciera porque tenías el cuerpo dolorido y sentías pudor de quedar desnuda a los ojos de todos. ¿Cómo no recuerdo las veces que me escapaba para no entrar a la bañera y lo que teníais que correr detrás de mi que estaba sucia por todas partes?

¡Qué incomprensión la mía urgiéndote a que manejaras el ratón como yo, mirándote como a una retrasada mental y olvidando que me enseñaste todo desde comer, andar, vestirme, peinarme, estudiar y manejarme por la vida!. Y qué paciencia tuviste para que comiera. inventándote historias para distraerme. Yo, en cambio me cansaba cuando casi sin dientes, masticabas con las encias Se que no me lo tienes que perdonar porque tu amor nunca captaba mis defectos.

[Img #447750]Perdóname, madre, el poco tiempo que te he dedicado para escucharte con calma y lo nerviosa que me ponía cuando perdías el hilo de lo que me contabas y te ibas por los cerros de Úbeda. No caía en la cuenta que lo que querías era tenerme cerca de tu corazón. Cuánta sabiduría tenías que yo ignoraba. Ahora que no estás, ¡ te echo tanto de menos!, ¡cuántas cosas me gustaría preguntarte que ya no me puedes aclarar!. Me parecía que te iba a tener siempre. ¡Qué insensatez la mía!

Te quedaste en casa muchas veces, porque tus piernas estaban flojas y no querías molestarme para que te acompañara. Yo no caía en la cuenta de tu fragilidad, de tus atrosis y osteoporosis ni de cuánto te gustaba ir al parque para ver los árboles, las flores, los niños, o salir a ver a un familiar o amiga. Siempre mirando por mi como cuando no me quitabas el ojo cuando jugaba en la arena o me balanceaba en los columpios. ¿Cómo seremos tan torpes, Dios mío? Perdóname, madrecita! Me consuela saber que eres feliz porque has alcanzado la plenitud y que a pesar de mis faltas de amor, sigues velando por mi. Mira, madre. No quiero lamentarme más y voy a mirar a todos los ancianos y ancianas como si fueran mis padres, apreciando su dignidad y cuidando su fragilidad.

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