Madroños otoñales

Es el otoño una estación de tránsito, de búsqueda de abrigo, setas y frutos secos, junto a los llamativos y deliciosos madroños. En la capital salmantina tenemos alguna que otra calle, o avenida, la terminología es lo de menos, que han sido decorados con tan llamativos arbustos y que, si no fuera por la contaminación del tráfico a la que se ven expuestos, llenarían de color rojo esas vías de comunicación. Lamentablemente, los gases de desecho de los tubos de escape impiden que se desarrollen completamente, y el fruto rojo, grande, esférico y lleno de sabor se ve reducido a pequeñas drupas opacas, mates, imposibles de comer, incluso lavándolas a conciencia.

Quienes crecimos viendo los documentales de naturaleza de Félix Rodríguez de la Fuente, cuya serie se puede visionar entera en los archivos de RTVE [http://bit.ly/VimLyM], tuvimos la ocasión de disfrutar del comportamiento del oso pardo tras la ingesta del apetitoso fruto: una simpática borrachera, que hacía irse de lado a lado a tan entrañable animal. Es lógico, e igual le ocurre a cualquiera que los coma, pues presentan un alto contenido alcohólico cuando están en su punto de maduración.

Unos usos que, hasta hace muy pocos años, eran totalmente comunes, como el aprovechamiento de todos los productos que gratuitamente nos ofrece la naturaleza, se están viendo abocados al olvido: madroños, setas de todo tipo, endrinas, grosellas, zarzamoras, espárragos, rúculas, verdolagas, etc, etc. Todos ellos vegetales comestibles, fácilmente localizables en las estanterías de los supermercados, nada baratos, y que muy poca gente, excepción de los mayores que viven en pequeños municipios, reconoce cuando los tiene delante en su estado natural.

Otrora conocidos, y buscados, por nuestros abuelos, han pasado a ser perfectos desconocidos en nuestras urbanitas vidas y es una lástima, por la pérdida de conocimientos que representa. Para el dolor de tripa, o de cabeza, mi abuela me daba una guinda macerada en aguardiente, y el dolor desaparecía en poco rato; hoy es muy difícil que alguien utilice ese remedio casero, de la abuela. Las infusiones con trébol blanco, tan buenas para la circulación sanguínea, evitan tener que recurrir a productos farmacéuticos químicos. Las picaduras de avispa sirven para contrarrestar el dolor artrítico, o la urticante ortiga para aliviar los síntomas menstruales? Para cada enfermedad había un remedio natural, y sin efectos secundarios.

Visiones del pasado que podemos utilizar en el presente. No quiero que se piense que abogo por una vuelta a ese pasado, renunciando a lo que se llama progreso, sino que es una pena que estemos dejando perder todo eso en aras de una supuesta modernidad. Esto me hace evocar lo que pasó hace años, décadas, con otra humilde planta, el ajo, al que se le descubrieron las potentes propiedades antirreumáticas que posee. De golpe y porrazo, su precio se disparó porque las compañías farmacéuticas coparon toda la producción para, tras procesar las cabezas, vendernos el compuesto resultante. ¡Qué fácil sigue siendo comer ajos, además de ser un riquísimo aliño, para prevenir el reúma o la dolorosa ciática!

Así que, cuando podamos, salgamos al campo, busquemos madroños, y demás frutos de otoño, y dejémonos llevar (sin abusos, que luego hay que volver), por la suave euforia alcohólica que nos puede provocar esa ingesta afrutada. Los sitios para encontrarlos, lejos de vías de comunicación asfaltada, están por toda la Península Ibérica, siempre que haya un clima no demasiado riguroso. Son gratis y, como cualquier sano disfrute, previenen el envejecimiento mental.

La foto que acompaña la columna de hoy está tomada en mi huerto, este mismo sábado: unas deliciosas fresas, que no fresones, cuyas plantas provienen de Aranjuez.