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Adoctrinamiento
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Adoctrinamiento

Actualizado 05/10/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Cada vez que tiene ocasión usted la aprovecha. Le está viendo las orejas al lobo y el tiempo pasa veloz, sin que lo notemos, hasta que por un pequeño detalle toma perspectiva y conciencia de la evolución de las cosas. No de las grandes cosas, sino de las pequeñas de la vida, que son las que le afectan, o le van a afectar. Más pronto que tarde.

Ya tiene a una hija fuera. Lejos, muy lejos. Por propia voluntad. De ella y de usted mismo, lo cual tiene coña marinera. Ella parece que está bien y no es como hace algunos años en que era imposible seguirse la pista desde otro continente, ahora la ve, le escucha, le cuenta? Mantiene en definitiva los lazos de siempre, o casi. Pero no le puede dar ese achuchón que a usted le gusta y a ella nunca le ha hecho gracia ?"¡¡Papááááá, déjame en paaaaaz!!"? "¿Pero todavía no sabes que yo nunca te voy a dejar en paz?" y así sucesivamente?.

Visto lo visto, y que la lejana va a llegar todavía más despegada de lo que es, le toca una misión urgente, con las otras dos que le quedan de momento en casa. Esa tarea esencial se puede resumir con brevedad con la palabra "adoctrinamiento". Cierto: usted ya sabe que esto no es "socialmente correcto", ni siquiera sensato. Pero va viendo que no le está quedando otra que la paciente labor de zapa.

Con escasa confianza, pero con insistente delectación, deja caer cada vez que se tercia, lo bien que se está en casa y lo genial que se está con el padre. No es que usted esté divorciado, por lo menos todavía no se le ha pegado esta pandemia, pero su costilla lo ve de otra manera. Ella también es más despegada y sobre todo más lista: se sabe adaptar a los pasos de la vida. A usted le falla el manual de instrucciones. No porque venga con una traducción penosa ?siempre vienen así-, sino porque no existe. Ni siquiera existe para estos casos, por lógica pura, el manual de la improvisación.

Así que usted hace lo que puede, y más que nada lo que le dejan. En esta época insana de las hormonas alteradas, como si de un torero se tratara, usted lidia las embestidas adolescentes con la diplomacia de un tentativo buen padre de familia. Deja caer una agria sonrisa paternalista cada vez que se le acusa de haber hecho cualquier cosa no mal, sino fatal. Cuenta hasta cuatrocientos mil y se olvida. Todo con la esperanza de que ésta no se le escape, de que cuando le toque la hora le diga: "No papito, yo quiero quedarme contigo siempre, abrazándote y dándote besitos en estas mejillas arrugaditas, y en este pelo entrecano, que te queda tan bien"?

Su mujer, que es zamorana, celosilla y realista, se ríe con dos carcajadas firmes y echa mano del jarro de agua fría que siempre tiene cerca: "Anda, déjate de bobadas". Y a pesar de tener en contra todos estos graves elementos naturales, usted no descuida el objetivo y continúa con sus amagos de mimos, cada vez más prudentes y moderados, aunque sepa que esto va a terminar como siempre, con un rotundo: "¡Papá, eres un auténtico pesado!".

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