Los xavante, probablemente

Probablemente, mientras lees esto, yo esté en Maraiwatsede: la tierra indígena más devastada de toda la Amazonía brasileña. En el Mato Grosso, entre los ríos Araguaia y Xingu. En la patria de los xavante, con los xavante. Un indio entre los indios. Descalzo tras las huellas en la tierra roja del profeta y poeta Casaldáliga.

Y habré tenido que coger un avión desde Recife hasta Brasilia. Y otro desde Brasilia hasta Cuiabá. Y una avioneta hasta Sao Felix de Araguaia. Y cuatro horas de coche hasta Maraiwatsede. Total, un paseo de 4.000 kilómetros dentro del mismo país. Brasil es lo que tiene, una extensión como la de 17 Españas.

Probablemente a estas horas esté entrevistando al cacique xavante. Y probablemente me cuente cómo en la década de los cincuenta se encontraron con el hombre blanco en sus tierras. Y cómo les fuimos acorralando y empujando hasta que destrozamos el trozo de planeta en el que vivían y con el que convivían. En armonía. Y es casi seguro que recuerde cómo la mitad de sus hermanos murieron por enfermedades que no conocían y que nosotros llevamos a sus vidas. Y también la historia de los aviones con los que el dictador brasileño de turno los llevó al exilio durante 38 años arrancándoles las raíces para que las grandes empresas agropecuarias explotaran, exprimieran y esquilmaran su patria.

Es probable que sea la española Lola Rebollar la que me cuente por qué en 1992, en la Conferencia del Clima de Río, la empresa italiana Agip decidió devolver las tierras a sus legítimos propietarios. Y cómo seis años después el estado brasileño, a través de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), reconoció Mairawatsede como "Tierra Indígena". Y quizá me explique el compromiso de la iglesia con este pueblo sufriente a través de la Operación Amazonia Nativa (OPAN). Y cómo en 2004 los xavante consiguieron recuperar el 15% de lo que fuera su casa, aunque totalmente destruida.

Es probable que los 960 xavante que allí viven nos dejen grabar su gran asamblea nocturna a la luz de las estrellas. Y cómo horadan las orejas de sus adolescentes cuando se hacen adultos. Y cómo juegan a correr cargando troncos al hombro. Es probable que podamos ver cómo curan las heridas de la madre tierra con tiritas de floresta. Cómo tratan de recuperar lo que fue su vida, su cultura y su tierra.

Es probable que durmamos en sus hamacas, en sus chozas, en su aldea. Lo único seguro es que no habrá perdón para los que casi acaban con ellos.