Que la tierra te sea leve

Mi niña, mi amor, que la tierra te sea leve. Que estés donde estés, te cubra como la sábana tersa, sudario de novia virgen. Que estés donde estés, no pases frío en la noche yerta del desierto, ni calor esperando el transporte que te lleve otra vez a la maquila donde compartirás con otras vestales el miedo a la salida del último turno. Ese temor a los coyotes, a las serpientes, a la mayor de las bestias. La que arranca la carne a mordiscos y horada lo más sagrado, esa que escupe hostias y ensucia las imágenes de la virgencita. Aquella guadalupana a la que rezábamos las madres para que nos diera fuerzas y pudiéramos mataros nosotras con la mayor de las dulzuras, carne de nuestra carne, sin dolor ni ultraje. Todo menos expulsaros otra vez a la vida cruel de la frontera, hija mía, muerta mía, allá donde estés. Porque yo que soy tu madre lo habría hecho con suavidad, sin que te doliera pasar de uno a otro sueño, te habría cavado una cuna de tierra donde ir a llorarte. Pero no hemos tenido el valor de esconderos en lo más profundo de nuestros cuerpos y nuestras casas, o ahogaros con la almohada de infante, apretaros las trenzas en ese cuello tronchado. Mi niña, mi amor?. Allá donde estés, muerta mía, otra más en el silencio eterno en el que no brilla la luz cruda del desierto? que la tierra te sea leve y el dolor, para mí, la losa que a todas nos aplaste.

Charo Alonso

Escritora, profesora de Lengua y Literatura

Fotografía: Alex López