"Paraguay es el país más feliz de la tierra". Al menos eso dice una encuesta que publica un periódico hoy. Pero ¿Un país puede ser feliz? ¿o la felicidad es cosa de hombres, y de mujeres? Una tendencia, una aspiración eterna del ser humano, que se la imagina como un paraíso. Y los paraísos que se imaginan las mitologías, es decir los hombres, son paraísos terrenales, en los que, inmersos en la naturaleza, "son felices". Yo conocí el Paraguay en una época en que estaba sometido a una dictadura militar, que duró cuarenta años, y había allí una población ingente que vivía en suma pobreza. Pero aquella tierra, en el interior del continente americano, no dejaba de ser un paraíso, con sus caudalosos ríos, sus cataratas de Iguazú, su "azul" lago Ipacaray, que no era tan azul y lo es menos ahora, con sus selvas inmensas y árboles tropicales, entre ellos el lapacho, como una flor gigante; y aves de todos los colores. Muchos escritores nos han descrito sus propios paraísos imaginados, las utopías, por ejemplo; y algunos tomados de la realidad como el nobel Le Clezió en "El buscador de oro", que describe su particular paraíso natural en la isla Runión. Pero también cada hombre se crea su paraíso propio y particular y lo busca toda su vida. Y en este tiempo en que estamos destruyendo los paraísos terrenales, los medios de comunicación, los pseudocientíficos, los pseudosicólogos y los "listos" en general nos los venden y nos dan recetas para conseguir la felicidad. Y supongo que pronto podremos comprar en el supermercado de la esquina un paquetito de felicidad, envuelta en papel de celofán con su cintita enroscada y todo. Y también los político, avispados ellos y atentos a qué pide la gente, se han inventado y han globalizado la felicidad, y la llaman el "estado del bienestar" (que, por otra parte, puede convivir con el hambre y la miseria real de muchos). Se hace con dinero, que vale para tapar los agujeros por donde puede escapársele la felicidad a sus votantes. Y, usted, amigo ¿puede decirme que es la felicidad?
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