El orgullo es el complemento de la ignorancia
La evolución experimentada en la sociedad en los últimos tiempos, crisis a parte y a pesar de ella, ha conducido a much@s a dedicar tiempo y dinero al culto al cuerpo. Está bien y es muy saludable. Es, además, una salida loable y necesaria que ha abierto nuevos horizontes a la economía y nuevas oportunidades laborales .
Cuidar el cuerpo y adornarlo es legítimo y cada cual puede hacer lo que le plazca. Cierto es que hoy se tiene muy en cuenta la presencia para poder optar a no pocas oportunidades de trabajo. Para ser concejal o alcalde ya vemos que no es imprescindible, por lo que estamos observando. Pero ya sabemos que el hábito no hace al monje.
Lo que llama la atención es el afán desmedido de aparentar, cuando se abandonan otros valores más necesarios y realmente más valiosos. Las falsas apariencias ? escribió alguien un día ? son como los edificios: tarde o temprano se derrumban y se descubre al verdadero ser.
En no pocas ocasiones, tras ese interés por la apariencia, se oculta la egolatría, el egoísmo, el egocentrismo y una buena dosis de orgullo. Y el orgullo es, en muchas ocasiones, el mejor complemento de la ignorancia.
El tiempo es el mejor juez. Coloca a cada uno en su sitio, sin fijarse en los modelitos que haya ido luciendo en la pasarela de la vida. Quedarán los valores que se hayan puesto al servicio de los demás y que forman la verdadera esencia y razón de ser de cualquier humano que pase por la vida siendo útil y no sólo un objeto de deseo, que es el fin perseguido tantas veces y por tant@s.
La vida, como todo, también es efímera, pero la podemos llenar de contenidos más profundos que sobrepasan la apariencia y que sólo se descubren por los hechos que día a día justifican la grandeza humana, más allá de la belleza, que es caduca y se marchita, como la flor más hermosa.
Se equivoca quien fundamenta su vida en lo aparente. El éxito que crea haber logrado es engañoso. Y la vida suele ser un juez inapelable.
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