Cuando escribo estas líneas aún no se conocen los resultados de las elecciones en Cataluña, pero los sondeos dan una mayoría absoluta o un porcentaje cercano, a los partidarios de la independencia.
Durante la semana anterior al domingo pasado, durante los mítines o en las declaraciones diarias, los líderes independentistas utilizaron con frecuencia para referirse al momento actual la metáfora de un miembro de una familia que se independiza, que dice adiós a sus padres, a su autoridad, a su ley, a su espacio.
Como psicólogo me llamó la atención esta comparación empleada por los representantes de las tres siglas independentistas; cuando un hijo se independiza en una familia, en general o es un adolescente cuyos deseos suelen ir muy por delante de sus posibilidades de autonomía, o es un joven con su trabajo o modo de vida recién adquirido. Los adolescentes que plantean su prematuro deseo de independencia suelen estar guiados básicamente por su rebeldía contra la situación y normas del grupo familiar, con las que no están de acuerdo; los jóvenes recién emancipados suelen tener más claros sus objetivos y su "hoja de ruta", que los adolescentes citados.
La historia de Cataluña y la de su relación con el resto del Estado español es larga. Dejemos los grandes sucesos pasados en manos de los historiadores. Pero el factor desencadenante del cambio, de la proclamación de la deseada independencia, es actual. Es el desacuerdo con la situación actual político-económica de España la que ha dado el último (¿y definitivo?) empujón a esta separación. Pero este desacuerdo no es solo sentido por los catalanes separatistas, sino por posiblemente más de la mitad de la población española, como quizás veamos en las elecciones generales de diciembre. La cuestión, pues, es: ¿realmente no hay fórmulas o posibles consensos políticos que integren la autonomía catalana con el cambio de las condiciones sociopolíticas que actualmente padecemos?
La gran mayoría de no catalanes deseamos que Cataluña no se independice de España, y muchos catalanes tienen el mismo deseo de no separación.
Cuando surge un conflicto en una familia actual (que ya no es la familia regida por el "paterfamilias") la palabra es el único vehículo para resolver el conflicto: reuniones, negociaciones, escucha de las diferencias, cesión de toda tentación de autoritarismo, entre todos los miembros del grupo familiar.
Buenos gobernantes son aquellos que saben negociar, llegar a encuentros intermedios y respetados por todas las partes.
En España hace muchas décadas que no valoramos lo que dice "el otro", apenas si le escuchamos. Nos levantamos desde por la mañana como si un ángel nos anunciara que somos los portadores de la razón, sin darnos cuenta de que esa actitud es la menos razonable para dialogar, la más loca para gobernar.
Como dice mi amigo el valenciano, "en la variedad de lo que se echa a la paella está el secreto de su éxito". Y de su unidad.
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